La respuesta de Israel a los cruentos ataques de Hamas ha sido tan dura, sangrienta y arrolladora que ha merecido el rechazo de la comunidad internacional, la que hasta ahora, lamentablemente, no ha sido capaz de negociar un alto el fuego.
El saldo hasta ahora es realmente aterrador y será aún más grave luego del inicio de la incursión terrestre. Las bajas se acercan al medio millar y los heridos pasan los dos mil, en una espiral violentista que, aparte de destruir Gaza y Cisjordania, podría determinar la ampliación del conflicto y desestabilizar aun más la región.
Las Naciones Unidas y específicamente el Consejo de Seguridad han hecho reiterados llamamientos a la paz, pero solo se ha logrado incrementar en algo la ayuda humanitaria. Lo urgente, entonces, sigue siendo utilizar los instrumentos del derecho internacional para detener esta escalada, que tiene varios responsables.
El primero es el Gobierno Palestino, que no ha sido capaz de mantener a raya a los grupos fundamentalistas y radicales de Hamas, que insisten en atacar y bombardear provocadoramente el sur de Israel. Sin embargo, el Gobierno Israelí también debe asumir responsabilidad por dar prioridad casi exclusiva a la respuesta militar, sin pensar en las terribles consecuencias que ello puede generar, no solo contra las vidas de miles de inocentes sino contra la pervivencia misma del Estado judío.
Urge encontrar fórmulas de distensión y consenso para un conflicto ancestral que enfrenta a estas naciones de un modo tan rudo y desgarrador. Así como los palestinos deben asumir la existencia del Estado judío como tal, con estructura soberana y presencia dentro del orden mundial, la Liga Árabe debe también interponer sus buenos oficios para que las autoridades palestinas entiendan que no pueden cobijar ni proteger a grupos terroristas, los que deben ser denunciados, castigados y desterrados.
Israel, en tanto, tiene que evaluar su estrategia y accionar para entender que la violencia solo genera más violencia, y que la operación Plomo Fundido, ahora en curso, solo incrementa el odio, la confrontación y el resentimiento, lo que se convierte en caldo de cultivo para la insurgencia de nuevos grupos radicales, quizá más extremistas, en un círculo vicioso de imprevisibles y aterradoras consecuencias.
La comunidad internacional debe, entonces, que redoblar sus esfuerzos para mediar en el conflicto. La ONU debe ser más firme para determinar el alto el fuego y evitar más muertes y destrucción, lo que implica que el Consejo de Seguridad logre acuerdos unánimes, sin presiones, particularismos o prejuicios de ningún tipo, para tender puentes hacia la paz circunstancial y luego definitiva. ¿De qué sirve el derecho internacional cuando en pleno siglo XXI se pueden ver masacres como estas?
EL COMERCIO
El saldo hasta ahora es realmente aterrador y será aún más grave luego del inicio de la incursión terrestre. Las bajas se acercan al medio millar y los heridos pasan los dos mil, en una espiral violentista que, aparte de destruir Gaza y Cisjordania, podría determinar la ampliación del conflicto y desestabilizar aun más la región.
Las Naciones Unidas y específicamente el Consejo de Seguridad han hecho reiterados llamamientos a la paz, pero solo se ha logrado incrementar en algo la ayuda humanitaria. Lo urgente, entonces, sigue siendo utilizar los instrumentos del derecho internacional para detener esta escalada, que tiene varios responsables.
El primero es el Gobierno Palestino, que no ha sido capaz de mantener a raya a los grupos fundamentalistas y radicales de Hamas, que insisten en atacar y bombardear provocadoramente el sur de Israel. Sin embargo, el Gobierno Israelí también debe asumir responsabilidad por dar prioridad casi exclusiva a la respuesta militar, sin pensar en las terribles consecuencias que ello puede generar, no solo contra las vidas de miles de inocentes sino contra la pervivencia misma del Estado judío.
Urge encontrar fórmulas de distensión y consenso para un conflicto ancestral que enfrenta a estas naciones de un modo tan rudo y desgarrador. Así como los palestinos deben asumir la existencia del Estado judío como tal, con estructura soberana y presencia dentro del orden mundial, la Liga Árabe debe también interponer sus buenos oficios para que las autoridades palestinas entiendan que no pueden cobijar ni proteger a grupos terroristas, los que deben ser denunciados, castigados y desterrados.
Israel, en tanto, tiene que evaluar su estrategia y accionar para entender que la violencia solo genera más violencia, y que la operación Plomo Fundido, ahora en curso, solo incrementa el odio, la confrontación y el resentimiento, lo que se convierte en caldo de cultivo para la insurgencia de nuevos grupos radicales, quizá más extremistas, en un círculo vicioso de imprevisibles y aterradoras consecuencias.
La comunidad internacional debe, entonces, que redoblar sus esfuerzos para mediar en el conflicto. La ONU debe ser más firme para determinar el alto el fuego y evitar más muertes y destrucción, lo que implica que el Consejo de Seguridad logre acuerdos unánimes, sin presiones, particularismos o prejuicios de ningún tipo, para tender puentes hacia la paz circunstancial y luego definitiva. ¿De qué sirve el derecho internacional cuando en pleno siglo XXI se pueden ver masacres como estas?
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