4.1.09

Faenón presidencial

Nuestro Zelig y su concepto de gobernabilidad

Aunque la táctica ya todos se la conocen –y pocos se la creen– el presidente Alan García la sigue usando, con más entusiasmo que talento, para tratar de desvirtuar las críticas o denuncias en su gobierno: atribuirles una intención desestabilizadora.

La volvió a emplear anteayer a propósito de la denuncia sobre la mafia de la gasolina en la Policía. Luego de que unos días antes él mismo señalara que esto debe investigarse y se instruyera a los procuradores a proceder en dicha dirección, García pasó, sin aspaviento, a advertir el grave riesgo de que estas denuncias “desmoralicen a la Policía, afecten la lucha contra la subversión, y produzcan más violencia”. Increíble.

Vamos, finalmente, un político puede apoyar o no la lucha contra la corrupción, pero no puede pasarse de un lado al otro del mostrador en solo dos días. A nuestro Zelig presidencial, sin embargo, no lo detiene la sutil necesidad de tener una coherencia elemental, y se manda nomás, ‘de hacha’, con convicción y sin avergonzarse, según el auditorio que tiene delante.

Lo mismo ocurrió con los ‘petroaudios’, cuando en poco tiempo pasó de querer ‘botar a las ratas’, a calificar el asunto de ‘escandalete’ que desvía la atención de los temas relevantes para el país. Su lucha contra la corrupción es pura boquilla.
Un ‘faenón’ del presidente ha sido persuadir a muchos, incluyendo a algunos empresarios vinculados a medios, de que toda crítica o denuncia contra el gobierno constituye una herejía que apunta a desestabilizar al país y su perspectiva.

Dicho argumento usa un concepto engañoso de gobernabilidad que la convierte en mecanismo para enjuagar cuchipandas, y para meter ‘todo lo negativo’ debajo de la alfombra con el fin de ‘no afectar la perspectiva de la inversión, el crecimiento y el empleo’. Que viva el optimismo, encarnado por García.

Según el argumento, los que hacen críticas o denuncias –políticos o periodistas, por ejemplo– son gente perversa que está en contra del progreso o, en el mejor de los casos, tontos útiles de candidaturas extremistas en el 2011.

Para los defensores de este argumento, que hoy abundan, el problema principal del Perú es la poca confianza social en las autoridades políticas y económicas. Para evitarlo, concluyen, se requiere la participación ‘responsable’ de todo el régimen, incluyendo la prensa y el Congreso. O sea, a fregar a otro sitio, porque no hay tiempo ni ganas para tolerar la crítica, o hacer algo si roban en el gobierno.

Esta visión es un grave error. La gobernabilidad no puede ser entendida y manipulada como impedimento para la discrepancia, o para dejar de luchar contra la corrupción.

LA REPUBLICA


No hay comentarios:

Publicar un comentario