13.11.09

Salvajes en la selva

Los pueblos awajún y wampis han convocado a su Consejo Directivo y a los coordinadores que participan en las Mesas de Diálogo con el gobierno. Van a decidir si prosiguen o no con un conversatorio que ya dura cuatro meses y no conduce a nada.

Sin duda por temor a una ruptura peleona, el régimen ha decidido dar un paso atrás: retirar el pedido de disolución de la Asociación Interétnica para el Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep) presentado por la Procuraduría.

Es una maniobra táctica, pero los dirigentes amazónicos no se dejan confundir. “Con estos gestos”, declara Saúl Puerta Peña, Secretario de Aidesep, “se pretende el debilitamiento de los pueblos amazónicos, para facilitar el acceso de los grandes intereses de las empresas petroleras y mineras”.

Puerta clava la flecha en el centro. Expresa sin tapujos que la política oficial persiste en la política de concesiones abusivas, que es el núcleo del debate y respecto a la cual Aidesep mantiene un firme rechazo.

Entretanto, continúan la represión y penalización de los pobladores de la selva. Alberto Pizango, presidente de Aidesep, sigue en Nicaragua, asilado por el gobierno sandinista. El Comité de Lucha de los Pueblos de la Selva Central reclamó ayer el retorno inmediato de Pizango y que se anule la orden de prisión que pesa contra él.

Los nativos reclaman también la excarcelación de Freddy Palomino Ñahuero, presidente del Frente de Defensa de Pichanaki.

Los hombres de la selva van a acompañar su protesta con una movilización que promete ser masiva y enérgica.

Todo esto indica que la selva padece la intromisión creciente de salvajes, de esos salvajes de cuello y corbata que quieren destruir a los pueblos de la Amazonía y sus culturas, en beneficio de grandes empresas nacionales y extranjeras.

La arremetida contra la selva corre a cargo del presidente Alan García y de sus cómplices intelectuales como Hernando de Soto, ese agente viajero del imperialismo.

Conviene recordar la serie El síndrome del perro del hortelano en la que Alan García pregonó su intención de despojar a los amazónicos y privatizar la selva. Esa clarinada tenía un precursor, casi un inspirador: Mario Vargas Llosa. En su novela El Hablador (1987) expresa éste, autobiográficamente, sus prejuicios contra una población supuestamente arraigada en el atraso, con perjuicio del Perú “moderno”.

Los decretos legislativos que plasmaron las ideas de García han sido condenados por los pueblos de la Amazonía, los cuales demostraron atinada percepción de lo que está en juego: no sólo respetables rasgos culturales, por ejemplo: el sentido de comunidad y el respeto a la naturaleza, sino también su comprensión de que ser moderno en el Perú implica enlazar la tradición y el cambio, la conservación y la esperanza.


LA PRIMERA

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