8.12.09

Escandalosidad

Por Mirko Lauer

Cuando uno revisa los diarios del año para tentar un balance, lo primero que salta a la vista son los escándalos: uno nuevo cada mes. Unos efímeros, otros duraderos, algunos veniales, otros más serios, todos terribles al momento de aparecer. Sin ellos no nos podríamos reconocer como el país de transgresión que somos.

Al público definitivamente le gusta el escándalo, y los medios lo saben. Pues hasta los casos que indignan resultan más entretenidos que los asuntos normales de interés público: hay gente fuera de la ley, víctimas de todo tipo, secretos revelados, santurrones desenmascarados, convicciones por tierra.

Ese es el circo romano de estos días, menos cruento por cierto, y donde en principio los sacrificados son los culpables hasta que se demuestre lo contrario (aunque la culpa o la inocencia pueden tomarse su tiempo en aparecer). El gran placer del espectáculo es ver a gente importante sufriendo como podría hacerlo un ciudadano cualquiera.

Pero en el fondo lo que hace al escándalo entretenido no es la falta cometida, sino todo el proceso de acusaciones, contraacusaciones o nuevos hallazgos. Lo que John Brookshire llama el escándalo mediático, que precisamente comparte el ritmo vertiginoso de la noticia, y por lo tanto es administrado como tal.

El problema con el escándalo es que se desgasta, deja de ser noticia. Si no hay nuevas revelaciones, la sorpresa del primer momento empieza a tomar el tinte amarillento de un expediente judicial. Las policías del escuadrón Fénix (¿el escuadrón de la vida?) filmadas desnudas nos alegraron febrero, pero luego el mundo siguió dando vueltas.

Claro que no todos los escándalos del año han sido tan inocentes como ese. La serie petroaudios-Bagua-escuadrón de la muerte trujillano es de un calibre muy distinto que la lista de inconductas de congresistas, que con eso demostraron ser más representativos de lo que se supone. ¿Aceptaríamos que todos podemos llevar un congresista pillo en el alma?

Es la notoriedad la que atrae los rayos del escándalo. Con un 60%+ de informalidad económica reconocida, no hay duda de que el Perú aloja mucho más escandalosidad de la que los investigadores pueden desenterrar, los medios administrar o el sistema judicial procesar. Imaginen las cifras de evasores tributarios, choferes sin brevete, locales sin licencia.

A primera vista un escándalo parece indicio de que la corrupción retrocede. Pero eso en cierto modo lo desmiente luego el siguiente escándalo. A la postre el público se vuelve adicto al tema, y a la vez se curte frente a él, para llegar al sentimiento de que todo el mundo está en alguna cosa escandalosa. En ese momento el escándalo ha triunfado.



LA REPUBLICA

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