20.7.09

Planificar no es mala palabra

Por: Richard Webb

La planificación no es más ni menos que una buena práctica de gestión, trátese de la bodega de la esquina o del Estado nacional. Consiste en levantar los ojos y mirar para adelante, y no fijarse solo en el próximo paso que darán los pies. Pero cuando la Junta Militar de 1962 creó el Instituto Nacional de Planificación, el concepto entró en nuestra vida política cargada de ideología. En esos años los que planificaban eran los países socialistas. Además, la Junta Militar llegó con varias iniciativas reformistas, incluyendo una reforma agraria. Los asesores en planificación eran de la Cepal, entidad dominada por ideas intervencionistas, y fueron dirigidos por Pedro Vuscovich, quien años después sería ministro de Economía de Allende, imponiendo esquemas controlistas que contribuyeron al suicidio de ese régimen. En los genes de la planificación peruana se implantaron ideas que más tarde contribuirían a descarrilar al primer gobierno de García. No debe sorprender entonces que la planificación llegase a ser una mala palabra y que siga despertando suspicacias de intervencionismo irresponsable.

Paradójicamente, EE.UU. fue un gran proselitista de la planificación. Cuando rescató a Europa después de la Segunda Guerra Mundial aplicó el Plan Marshall que otorgaba ayuda solamente a quienes presentaban sus planes nacionales. Y cuando promovió el desarrollo de América Latina a través de la Alianza para el Progreso condicionó su apoyo a la aprobación de planes. El Banco Mundial también fue un firme creyente de la planificación, exigió planes como condición para sus créditos y se dedicó a capacitar y a editar manuales en las técnicas planificadoras, uno de los cuales alcanzó cuatro ediciones y fue la publicación más vendida durante un cuarto de siglo.

La planificación recupera su buen nombre en el Perú, en parte como efecto de una maña semántica, pues ahora viene acompañada del adjetivo “estratégica”, redundancia que, sin embargo, la deja ideológicamente limpia. Hoy también la planificación se implementa de abajo para arriba, desde municipalidades, regiones, entidades públicas y ministerios, proceso que favorece la aceptación y el realismo porque la vincula estrechamente con la eficacia administrativa. El Perú ha empezado a correr y a más velocidad. La vida se vuelve más interconectada, obligándonos a prevenir y consensuar efectos económicos, ecológicos y sociales. Con más planificación, tendremos menos tropiezos.

EL COMERCIO

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