24.7.09

Viaje al pinbol

Estoy en el óvalo de Miraflores rodando con el skate y me sumerjo en un portal que se abrió de madrugada. Ingreso a un espacio tiempo paralelo: Soy un pirañita talla small (o sea normal nomás) que llega a ese local ruidoso. Veo armazones de videojuegos (pinbols); sacrifico la ‘propi’ y agarro la palanca y a botón limpio deliro. Las máquinas destellan sus colores veloces en mi cara chaposa. “Lo mejor de la ciudad de Lima es el pinbol”, les decía, hace unos días atrás, a mis compañeros de la escuelita, en Casapalca, mientras jugábamos bajo la lluvia con nuestras rueditas y alambre. Cuando piso la capital ya es motivo para videojugar. La casa de la abuela queda por el mercado dos de suyorqui, cerquita al ‘pinbol’. Me escapo de casa por las veredas orinadas de Chicago Chico, los autos locos cruzando el puente Angamos de la Vía Expresa. El mundo es sólo Pac man, Space Invaders, Phoenix -y el misterio de qué cosa tenían las mujeres entre las piernas pero eso ya es otra columna-. Soy una suerte de caballero en el cementerio bajándome harto zombi con mis sables (Ghost and Goblins). Se va cerrando el portal… Despierto. Cuando en un programa de televisión dije que la política es seria como un videojuego, quise decir que a veces me da ganas de entrar al Congreso y hacer Doom. Aunque Javier Velásquez Quesquén me haga acordar más a un personaje green de ‘Wow’ (World of Warcraft) y el Grand Theft Auto me llegaba por ser tan Miami -sin combis para chancarlas-. Los videojuegos han mutado y hemos crecido con ellos. El Atari no lo agarré porque la economía estaba lejana. La Commodore 128, sí. Me importó poco su sistema operativo y le daba sólo a California Games. Ahora, sueño con una X Box que arruine mi sentido real, manejando un Mech Warrior y disparando como siempre en la lucha contra el mal. Casi como hacer periodismo o escribir una columna malapalafaiter. Jugar a morir, ¿cuándo me mandan la moto? Game Over.

LA PRIMERA

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