22.2.10

Colombia: reeleccionismo es antidemocrático

El presidente Álvaro Uribe se ha colocado él mismo en un difícil dilema que tiene en vilo a toda una nación: mantenerse como posible candidato a una eventual re-reelección, forzando incluso el marco legal vigente, lo que constituiría un negativo precedente para la democracia.


El presidente Álvaro Uribe se ha colocado él mismo en un difícil dilema que tiene en vilo a toda una nación: mantenerse como posible candidato a una eventual re-reelección, forzando incluso el marco legal vigente, lo que constituiría un negativo precedente para la democracia.

La campaña electoral, iniciada ayer, está marcada por la incertidumbre no solo de los ciudadanos, sino también de los contrincantes y del propio partido oficialista, a la espera de dos cosas: un sí o un no de Uribe; y el pronunciamiento de la Corte Constitucional, respecto de la validez de una Ley de Referendo para consultar a los ciudadanos si apoyan una reforma en la Carta Magna que permitiría una segunda reelección inmediata.

No está en duda la capacidad de gestión de Uribe, que ha logrado reconciliar a su país con niveles aceptables de desarrollo y seguridad. Su destacada política antisubversiva, que asestó duros golpes militares a las FARC, pero sin cerrar las puertas al diálogo y la desmovilización de terroristas, le ha valido altos picos de popularidad, inusuales al final de un mandato presidencial.

Sin embargo, la pregunta es: ¿Por qué tiene que hipotecarse el futuro de un país a la suerte de un solo hombre? Esto es lo más ajeno al sistema democrático que, junto con el voto universal y la división y el equilibrio de poderes, considera la alternancia en el poder como principio capital. La democracia necesita oxigenarse y no es compatible con la idea de hombres o mujeres predestinados e insustituibles. En el extremo de ello, algunos países solo aceptan la reelección inmediata, pero solo por una vez y no de modo indefinido.

Eso es precisamente lo que diferencia la democracia de los regímenes autoritarios, dictatoriales y totalitarios, que se basan en la voluntad de un hombre o de una cúpula. Estos deciden por sí y ante sí, sin debate ni fiscalización, lo que supuestamente le conviene al país, pero finalmente terminan cegados por la ambición de poder, la intolerancia, la corrupción y hasta el crimen.

Ejemplos tenemos muchos, como Venezuela, cuyo mandatario elegido por las urnas aprovechó los instrumentos democráticos para convertir a su país en una dictadura totalmente ineficiente, a pesar de los millonarios ingresos de petrodólares.

Es más, Chávez ha contagiado la patología del atornillamiento a sus seguidores “bolivarianos” en desmedro de la oposición democrática. A propósito, uno de los mejores argumentos de Colombia para enfrentar a la dictadura chavista es la autoridad moral y las credenciales democráticas de su presidente, que no puede entrar en el sospechoso “club de los re-reeleccionistas”.

En el Perú, sin ir más lejos, en la década de los 90, hemos sufrido también duramente los embates del re-reeleccionismo, cuando el régimen fujimontesinista forjó su caída estrepitosa tras arbitrarias maniobras para acomodar el marco legal a sus designios.

En tal contexto, mientras llega el 12 de abril (última fecha para inscribir candidatos en Colombia), esperamos que el presidente Uribe reflexione y considere que el mejor legado democrático que puede dejar a su país y a la región latinoamericana es su apartamiento de la contienda electoral y su apoyo a un candidato, que seguramente él ha formado en su partido —ese es su gran reto— y contará con su respaldo.



EL COMERCIO

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