24.2.10

¿Qué pasa en el país?

Ante el desolador espectáculo de hijas que matan –o mandan matar– a sus progenitoras, una pregunta abate al país tocando la entraña de nuestra diaria experiencia como hijos y padres: ¿qué pasa en nuestras familias, en nuestra sociedad para que sucedan estas atrocidades? ¿Qué mueve a que manifestaciones extremas de violencia sean tan corrientes que ni siquiera conmueven a la opinión pública y que, incluso, aparecen relegadas a las páginas interiores de los medios de comunicación, desplazadas por otras aún más crueles y terribles? ¿Qué pasa que día tras día las noticias sobre asesinatos pasionales, violaciones, suicidios, la extrema violencia entre pandilleros, etc. salen a la luz de lo más profundo de las sombras de nuestra sociedad enferma, inconscientemente paralizada por el miedo?


La respuesta es un problema de valores. Valores por los que EXPRESO está dando una permanente batalla, aquellos cuya ausencia explican los graves problemas nacionales. Es decir, valores que ignoramos en la lucha diaria por la vida, en la agenda de las instituciones privadas y públicas, en el quehacer cotidiano del Estado. Valores que quedan relegados, cuando no sepultados, por la contingencia, por la inmediatez de la conquista política, por los debates insulsos, por las causas banales, por la sutileza con la que avanza la corrupción para entronizarse y perpetuarse.

La familia está en crisis. La sociedad y el país también. Crecemos económicamente, y ello es muy positivo. Avanzamos en infraestructura de servicios y saneamiento, en proyectos de gran envergadura social –como la evaluación del docente, la reforma educativa, el aseguramiento universal en salud, etc.–. Impulsamos la descentralización y la participación ciudadana a través de innumerables mesas de diálogo como herramienta para resolver controversias sociales. Pero aun así, no tocamos a fondo el tema ético. Cuando intentamos, por ejemplo, establecer algún mecanismo institucional de lucha contra la corrupción, éste fracasa.

Ante este panorama verdaderamente angustiante, sólo nos queda persistir en el tema educacional para las nuevas generaciones. Experiencias como el Colegio Mayor, o la entrega de una laptop a escolares en los lugares más remotos del país, son más que bienvenidas. La erradicación del analfabetismo también. Si sólo la verdad nos hace libres, sólo la educación –que es la búsqueda de la verdad– nos puede deparar un futuro diferente.

Y una cosa más: necesitamos una política de salud mental que corra en paralelo a la cruzada valorativa, y tenga en los niños y adolescentes a sus principales beneficiarios. Las exigencias de la globalización y de la competencia, y los problemas que acarrea vivir –o mejor dicho sobrevivir– en una gran urbe como Lima o en las comarcas alejadas del país, demandan un soporte emocional y afectivo que sólo se encuentra en la familia y la comunidad, así como en la prevención, promoción y atención de salud.



EXPRESO

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