22.2.10

Lo que otros no saben

Autor: Jaime Bayly



No exagero si digo que esta ha sido una de las semanas más intensas de mis casi cuarenta y cinco años de vida.

El domingo pasado se presentó en mi programa “El Francotirador” una amiga íntima, Silvia, que dejó la universidad para atreverse a escribir ficciones y que publicará muy pronto su primera novela, Lo que otros no ven, editada por Mesa Redonda.

El programa fue grabado para que alcanzara a tomar el vuelo a Bogotá esa medianoche. Cuando me encontraba en el taxi camino al aeropuerto de Lima, mi fiel amiga Ximena, la productora del programa, me dijo que debía cortarle dos minutos. Corta lo que quieras, le dije, pero no nos pasemos de tiempo.

Ximena decidió cortar los dos minutos en que habíamos mostrado en el programa una foto melancólica y hermosa de Luisito, mi amigo argentino, mientras yo decía que si bien quería mucho a Silvia, también seguía queriendo y amando a Luisito y que le enviaba besos y abrazos y que le agradecía por entender que las leyes del deseo y del amor a veces se entrecruzan, se entreveran, se yuxtaponen y superponen, y no por querer a una persona uno deja de querer a otra, y se puede querer mucho y muy genuinamente a ambas personas al mismo tiempo.

Esos dos minutos fueron mutilados y al día siguiente Luisito en Buenos Aires vio el programa y se sintió ofendido, dolido, humillado, porque yo había llevado a la televisión a una amiga muy querida y no había siquiera mencionado lo mucho que lo he querido y lo sigo queriendo estos últimos siete años en que él ha enriquecido mi vida con su amistad.

Comprensiblemente furioso y a la vez decepcionado de mí, Luisito renunció a trabajar como uno de los productores periodísticos de mi programa en la cadena de noticias NTN, que presento de lunes a viernes desde Bogotá, y me dijo que le parecía cobarde y oportunista lo que yo había hecho en televisión, pues pensaba que, por razones de puro cálculo político, por mi ambición desmesurada de querer ser presidente del Perú, había querido mostrar a una amiga íntima, ocultando o soslayándolo a él, mi muy querido amigo, y tratando de deslizar de contrabando la idea tramposa de que ya no era más bisexual, como lo he sido desde que conocí las leyes ingobernables del deseo y como sigo siendo y, desde luego, seguiré siéndolo hasta que muera.

Le rogué a Luisito que viniera al programa ayer domingo para que no se sintiera discriminado y para que tuviera la misma oportunidad o la misma tribuna o el mismo espacio que tuvo Silvia para contar nuestra bella historia de amistad y compañerismo y le aseguré que durante el programa con Silvia le había dicho que lo seguía amando y que había mostrado una foto suya muy linda, en la que salía guapo y con aire ensimismado, pero él me dijo que ya tenía planes para este pasado fin de semana: ir al concierto de Beyonce y luego manejar a Mar del Plata a pasar un fin de semana en la playa con sus mejores amigas.

Entretanto, Silvia fue expulsada del departamento de sus padres, que no le perdonaron su precoz ambición de ser una escritora y su coraje para venir a la televisión a contar que nos unía una curiosa e improbable amistad en la que no estaba del todo exenta el deseo, pero sobre todo la complicidad en darle forma a su sueño de publicar su primera novela, Lo que otros no ven. Silvia tuvo que mudarse a un hotel que Ximena le consiguió generosamente.
Desde luego, no fueron días fáciles para ella porque, tan pronto como apareció en mi programa, perdió ese tesoro inestimable que es el discreto anonimato, la libertad de salir a caminar por la calle sin que nadie sepa quién eres, y se convirtió, como era lógico suponer que ocurriría, en un personaje al que la prensa peruana quería conocer y cuyo pasado quería escudriñar y cuyos más recónditos secretos familiares, íntimos y amorosos quería revelar con urgencia. Ella había elegido libremente arrojarse a volar en el cielo en que vuelan los famosos con paracaídas o con parapente o a veces en caída libre, pero le parecía que su paracaídas no se abría, no se abriría nunca, y que acabaría machucada y despanzurrada en brutal colisión contra el cochino piso de Lima.

Silvia pasó unos días atroces, mucho peores que los míos ciertamente, no sólo porque sus padres le dieron la espalda y la echaron a la calle, sino porque muchos de sus amigos y amigas le dijeron que estaba loca y la dejaron aturdida, triste y confundida. Peor aún, como ella había repartido el manuscrito de su novela entre las cuatro o cinco editoriales de Lima, y la menor de esas editoriales, Mesa Redonda, le había comprado la novela y se había comprometido a publicarla, ocurrió que alguno de los editores que poseía el manuscrito (pero no los derechos de difusión sobre esa novela) se lo entregó a un programa de televisión conducido por dos talentosos escritores, quienes leyeron algunos de los fragmentos más escandalosos o morbosos de la novela sin tener derecho de hacer tal cosa y en abierta violación de la propiedad intelectual que el editor y la escritora tenían sobre dicha novela inédita.

Como era previsible, Silvia se sintió violada, manoseada, ultrajada, sintió que no había derecho de que difundieran su novela inédita sin su autorización y la de su editor y se pasó tres días vomitando y pensando que ya nada tenía sentido y que su sueño había terminado en una pesadilla.
Los editores y Silvia nos pidieron consejo a mi abogado y a mí sobre la conveniencia de enjuiciar a los dos escritores talentosos que habían difundido sin permiso, ilegalmente, el contenido inédito de una novela, algo que a ellos ciertamente no les hubiera gustado que hicieran con libros de su autoría. Mi abogado y yo les aconsejamos que no enjuiciaran a los dos escritores que leyeron sin permiso partes de la novela. El juicio, de plantearse, debía llevarse a Indecopi, y podía durar un año o más, y ni siquiera era seguro que el fallo les diese la razón a quienes sentían que sus derechos de propiedad habían sido violados, puesto que, al parecer, al leer los fragmentos de la novela, se habían cuidado de mencionar que podía ser o no ser la novela de Silvia, pues lo habían puesto entre signos de interrogación o usando el condicional. Mi consejo fue y sigue siendo: no los enjuicien: a veces el mejor juicio no es el que se gana sino el que se evita: miren cínicamente todo esto y comprendan que es promoción para la novela y salgan pronto con Lo que otros no ven. Espero que los editores de Mesa Redonda y la escritora de la novela me hagan caso y no pierdan su tiempo en un juicio largo, farragoso y probablemente inútil y concentren sus energías en lanzar la novela del mejor modo posible.

Para terminar, la madre de mis hijas, que estaba en Ginebra, me dio una conmovedora lección de inteligencia, nobleza y amor. No solo no le molestó la entrevista que le hice a Silvia el domingo pasado. Me escribió felicitándome, elogiando la entrevista tan audaz y divertida y diciéndome que me seguía queriendo igual que siempre y que contase con su amistad indeclinable y su complicidad en este viaje en el que estamos juntos hasta el final. Nunca he admirado y amado tanto a Sandra como estos días. El modo noble y sabio en que entendió las curiosas ramificaciones del amor y me renovó su amistad en estos días contrariados me demostró lo que ya sabía desde que la conocí: Sandra Masías es el gran amor de mi vida, la mujer a la que más he amado y a la que amaré siempre, y la primera, primerísima dama de mi vida, gane o pierda las elecciones.

Sigo queriendo a Silvia y animándola y alentándola a persistir en su cruzada quijotesca de ser una escritora. Sigo queriendo y amando a Luisito, mi amigo argentino, y lo llevaré siempre en el corazón y, por supuesto, no por querer a Silvia he dejado de ser bisexual ni de querer al adorable Luisito. Pero, sobre todo, después de una semana tan encrespada en el mar del amor en el que a veces sientes que te ahogas, me conmovió ir ayer al aeropuerto de Lima a buscar a Sandra, que llegaba de Ginebra, y abrazarla y besarla y sentir que estos días me ha dado una inolvidable lección de amor. Gracias, Sandra. Todavía me sorprende descubrir cuán refinada es tu inteligencia y cuánto amor cabe en tu corazón.

No hay comentarios: