22.2.10

El Veco

El Veco ha muerto de un ataque de su mejor amigo: el corazón.
Sí, porque El Veco era un sentimental.
Y con esto no quiero ofenderlo sino situarlo.
El Veco estaba convencido, desde el corazón, que el fútbol peruano existía, que sus clubes valían la pena hasta dedicarles una vida, que sus dirigentes no se merecían otra cosa que no fuera una cierta anuencia.
Por eso quizá El Veco no usaba su inteligencia para juzgar el deporte agonizante que glosaba sino para armar sus secuencias y hacer atractivo su programa.
Porque El Veco era un hombre cultivado, tal como se exige en la prensa deportiva del río de la Plata. Cultivado y con la labia a flor de piel.
Y su prosa profesional, aunque un tanto rebuscada, es pieza maestra frente a las burradas que en el Perú pasan por columnismo deportivo.
Por eso es que al Veco no le costó mucho instalarse a todo meter en este país donde los periodistas deportivos suelen dar más vergüenza que la selección peruana de fútbol.
Es cierto: El Veco no entró jamás en la mermelada que a tantos endulza la vida, pero tampoco se metió a criticar lo criticable.
Muchos hubieran esperado de él una guía para navegantes perdidos, pero El Veco se sumergió en las honduras de la neutralidad, se sintió demasiado extranjero para decirle sinvergüenza a quien lo era y le puso a su último programa “El show de El Veco”, con lo que ya todo estaba dicho: el show era él.
Nunca nos enteramos en “El show de El Veco” por qué el Perú se desdichaba en el fútbol, por qué sus clubes históricos hacían el ridículo en la Copa Toyota o en la Libertadores, por qué sus dirigentes eran parásitos endémicos –como los de la Federación-, o bobos endeudados –como los Pinasco en la “U” y sus homólogos en Alianza-.
No, El Veco no nos enteraba de nada de eso. Nos hacía creer, gracias a su dicción enfática y a su tono de noticiario recién horneado, que el clásico a jugarse era “el partido del año”. O que hasta el “Alianza Atlético” merecía ciertas venias y guardaba secretos ofensivos (cuando todos sabíamos que el “Alianza Atlético” daba y dará pena).
¿Se acomodó El Veco a la resignación peruana, a la neblina, al cuento de la promesa eterna? ¿O nos quiso hacer el favor de no sacarnos del estado hipnótico, de ese sonambulismo que nos empuja a ver el fútbol peruano como si tuviera todo el futuro por delante y ningún pasado vergonzante pesando como una losa?
Nunca se sabrá. Lo que es cierto es que el éxito de El Veco consistía en ser cauto con los dirigentes, amable con los jugadores, irreprochable con las altas autoridades y, felizmente, siempre diverso y universal: por su show sí desfilaban los magos de la Fórmula 1, los reyes del tenis, los amos de las motos de 250 centímetros cúbicos.
Sobradamente alfabeto, uruguayo hasta la orilla del frente, poeta a su manera, correcto siempre, El Veco se ha ido dejando la radio huérfana de toda orfandad. Los que quedan, en su emisora y en las que por allí gritan, no alcanzarían ni para ser sus asistentes.
Hasta la vista, Emilio.


C.H

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