25.2.10

Halitosis moral

Uri Ben Schmuel
uribs@larazon.com.pe


A excepción de LA RAZÓN y de Expreso, ningún otro medio peruano dio cuenta este miércoles de la muerte del preso político cubano Orlando Zapata Tamayo, tras 85 días en huelga de hambre para pedir que se le tratara como prisionero de conciencia. El fallecido era uno de los 75 disidentes condenados en la primavera de 2003 con penas de hasta 28 años de cárcel. En octubre de 2009, Zapata fue brutalmente golpeado por militares de la cárcel provincial de Holguín, lo que le causó un hematoma interno en la cabeza que se vieron obligados a operar. Y en prisión le fue extendida su sentencia hasta 36 años, sin que cometiera ningún acto que lo justificara.
Y mientras escribimos estas líneas, nos enteramos de que se han confirmado al menos 25 detenciones arbitrarias en las provincias orientales de Cuba, para evitar que los disidentes asistan a los funerales de Zapata. Y de otras tantas retenciones extrajudiciales en todo el país de personas a quienes la policía política les ha prohibido salir de sus casas bajo amenaza de ser encarceladas. Apostamos que hoy tampoco leerá usted al respecto en otros medios.


Y no porque no estén enterados. Sucede que las violaciones a los derechos humanos son noticia si ocurren en las democracias occidentales, donde suelen ser la excepción y no la regla. En cambio, la tortura y el terror como sistemática política de Estado del régimen castrista se cubre con un piadoso y cómplice manto de silencio. Es de mal gusto criticar a Cuba. No es políticamente correcto. Ni aquí ni en ningún otro lado.

Así, por ejemplo, al famoso Garzón, tan entusiasta en perseguir a Pinochet o de abrirle investigación a Franco (¡por lo que pasó durante la Guerra Civil española!) jamás se le ocurriría pedir la extradición de Raúl Castro o del decrépito Fidel, que cargan sobre sus hombros la responsabilidad por el asesinato, en cincuenta años en el poder, de al menos 17,000 cubanos.

Como bien recuerda el periodista español José García Domínguez, cuando Roosevelt fue interrogado acerca de por qué agasajaba en la Casa Blanca con tan grandes honores a Tacho Somoza, dictador de Nicaragua, replicó: “Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Hoy, agrega, una progresía que suele mostrar halitosis moral se comporta igual con los Castro. Y les brinda idéntica complicidad, pareja inmunidad política y similar cobertura estratégica. ¿O acaso sólo por unos cuantos cadáveres en el armario, Fidel y Raúl iban a dejar de ser sus hijos de puta?

LA RAZON

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