22.2.10

El fraude de Paracas

Una cierta prensa, conquistada por el lobismo huachafiento, pretende convencernos de que Paracas es un nuevo paraíso costero lleno de posibilidades hoteleras y mares amables.
Así que hasta Paracas nos fuimos hace poco, al hotel “Double Tree-Hilton”, de la franquicia Hilton, con precios dignos de esa cadena que la señorita Paris Hilton se ha empeñado en desacreditar a ver si la convierten en perpetua (a la cadena, digo).
El hotel no está nada mal en apariencia. Al contrario, es de las mejores instalaciones que pueden verse en el litoral próximo a Lima.
Claro que las apariencias engañan. Y una cosa es el cemento y la obra y otra el manejo y la gestión.
Tú llegas y te pueden pasar las siguientes cosas:
a) que la cortina que te impide ser visto desde “la playa privada del hotel” no funcione; entonces vendrá “Mantenimiento” y estará un buen rato haciendo manipulaciones diversas hasta que reconocerá que “no se puede hacer nada hasta mañana porque hace falta un repuesto”;
b) a la mañana siguiente, dos operarias de “Mantenimiento” se pondrán a hacer lo suyo durante más de una hora, hasta que te dirán: “esta cortina no tiene arreglo; tenemos que cambiarla”. El cambio demorará otra hora;
c) querrás bañarte –idiota tú- en “la playa privada del hotel”, pero una señorita, amabilísima, te advertirá: “No se lo aconsejo: hay pastelitos”. Cuando usted pregunte: “¿Y qué son pastelitos?”, la respuesta será: “Unos bichos que le pueden clavar un aguijón muy doloroso; no es una picada tóxica, pero sí muy dolorosa”. Entonces usted preguntará, entre falsamente heroico y patéticamente obstinado: “¿Y si me pongo zapatillas?” La respuesta será digna de una película B de terror: “No se lo aconsejo: las atraviesa”. Entonces usted mirará ese mar quieto, oscuro, ancestral y repleto de algas y malaguas como lo que es en realidad: un decorado más bien sombrío, un mar muerto y de adorno para bañistas desavisados, un cuento chino de peruanos;
d) descubrirás una mañana que el agua del inodoro de tu habitación ha sido cortada; irás a Recepción donde el gerente, que intentará hacerse el hombre invisible porque sabe a qué vienes, y le preguntarás qué está pasando. Te dirá: “Se nos ha roto una tubería”. Tú le dirás: “¿Pero qué hotel es este?”. Te dirá: “Tenemos problemas, señor Hildebrandt”. Dirás: “Más problemas van a tener en Indecopi”.
e) aprenderás muy rápidamente que en este hotel, de cinco o más estrellas, el jefe de cocina, que ofrece sus exquisiteces en un comedor donde el aire acondicionado te cae en la cabeza como una estalactita de 14 grados, no sabe cocinar: sus espaguetis al ajo saben a nada, sus pizzas están semicrudas, sus cebiches podrían provocar el suicidio de Gastón Acurio;
f) otra mañana no podrás entrar a tu habitación porque tu llave electrónica habrá sido cancelada sin ninguna razón; te darán otras dos pero no te ofrecerán disculpa alguna.
En fin, te divertirás todo lo que puedas y lo harás, sobre todo, lejos del hotel: en las siempre fascinantes islas Ballestas, adonde llegarás después de ser parte de un tumulto sudoroso que espera turno en el embarcadero; o en la bahía de aguas oscuras, a bordo de un catamarán impulsado por el buen viento y un buen timonel y mojándote con el oleaje excitado por la embarcación; es en ese momento que, a lo lejos, el hotel parece apenas una silueta inofensiva y te sientes feliz lejos de su mala vibra.
Para que todo termine como empezó, la noche previa a la despedida se desata un temporal de arena, un viento loco y perverso que viene del mar y llena de arena ojos, oídos, cavidades varias. Y a la hora de la partida, una tormenta a todo meter, una “paraca” de naturaleza criminal que convierte el hotel, mal diseñado para estas furias, en un cuartel de la Legión Extranjera.
Sólo un empleado maletero pone las maletas en su sitio mientras la arena nos acribilla y Rebeca, con un pañuelo de seda sobre la cabeza, se bate contra los remolinos de arena sucia y parece la más bella de las guerreras saharawis.
Toda una experiencia.
Como para que la cadena Hilton lo piense otra vez antes de darle tan costosa franquicia a cualquiera.


C.H

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