22.2.10

Recordando a una bestia

Al bruto de George Bush le hicieron, cuando candidateaba en nombre de lo peor del Pentágono a la presidencia de los Estados Unidos, una pasada memorable. Un humorista canadiense, que podría haber pasado por socio del argentino Tinelli, fue hasta Michigan –donde Bush pastaba en plena campaña junto a Cheney- y, a boca de jarro, le hizo la más perversa de las preguntas.
Le preguntó qué opinaba respecto del “apoyo expresado a su candidatura nada menos que por el primer ministro canadiense Jean Poutine”.
El primer ministro canadiense, en aquel año 2000, se llamaba Jean Chrétien (no Poutine) y era un liberal nacido en Quebec que, además, se había hecho famoso por una carrera política construida sobre la base de una tremenda desventaja: de niño había sufrido una enfermedad que le paralizó para siempre el lado izquierdo de la cara, hándicap que Chrétien había sublimado con este slogan: “Un político que sólo puede tener una cara”.
En fin, lo que quiero decir es que Chrétien era una figura mundialmente relevante.
Preguntado Bush sobre el supuesto apoyo de “Jean Poutine”, el citado solípedo contestó textualmente lo siguiente (está en los registros de la época):
“Aprecio esa vigorosa declaración. Él (Poutine) comprende que yo creo en el libre comercio”.
Hasta allí todo era espantoso, pero Bush tenía el propósito no sólo de derrapar sino de estrellarse y morir en el ridículo. Porque después de la respuesta que hemos citado, el aspirante al cargo más poderoso del mundo, cargo que llegaría a través del fraude de La Florida y la idiotez de los demócratas, añadió:
“Él (o sea de nuevo el inexistente e inverosímil “Jean Poutine”) entiende que deseo asegurarme de que nuestras relaciones con nuestro vecino norteño más importante, los canadienses, sean fuertes y trabajaremos en estrecha unión”.
Dios mío, más bestia no se podía ser.
El que entonces era, para vergüenza de los descendientes de El Álamo, gobernador de Texas, no sólo creía que un primer ministro de Canadá podía inclinarse por un candidato a la presidencia de los Estados Unidos –jamás Canadá se ha metido en asuntos tan delicados- sino que encima llamó a Canadá “el vecino norteño más importante”, cuando, como todos sabemos, se trata del único vecino que tiene Estados Unidos en su frontera norte.
A no ser que el herrado cuadrúpedo, ensillado y dopado por las corporaciones, haya pensado que Alaska es una república sobreviviente de la guerra fría (más bien helada) o que el Océano Glacial Ártico es la monarquía de “Iceman”.
Por si acaso, lo que estoy recordando en este febrero del 2010 sucedió hace diez años y fue obra maestra de Rick Mercer, periodista, productor y humorista de la televisión canadiense.
Y el jumento patriótico que respondió dándole las gracias a “Jean Poutine” era el mismo que hacía poco tiempo no había podido identificar a algunos dirigentes mundiales y el mismo cuyos gentilicios fueron el chiste recurrente de la prensa humorística norteamericana.
Como se recordará, Bush decía que los griegos eran “grecianos”, los kosovares “kosovianos” y estaba convencido –así quedó acreditado también en una conferencia de prensa- de que Eslovaquia era lo mismo que Eslovenia.
Dios mío. Y este héroe de Animal Planet tuvo en sus manos, durante ocho años, el maletín nuclear del que dependía que la Tierra siguiera existiendo.
Y cuando invadió Afganistán, quemó Irak y avaló todo lo del fascismo israelí en Palestina, supimos que era mucho más “kosoviano” que “greciano”.
En fin, que la ignorancia resulta casi siempre de naturaleza criminal.
Publicado por César Hildebrandt. Blogger. en 18:48 27 comentarios
viernes 5 de febrero de 2010
Bayly y la corrupción

Jaime Bayly ha llegado a tener seis puntos de intención de voto en Lima.
Su “nicho”, su público, su respaldo light –y quizá mudable- está entre los jóvenes de 18 a 30 años de los niveles sociales A y B.
No parece ser esta encuesta de la Universidad Católica motivo suficiente para que el baylismo limeño haga la fiesta que está haciendo.
Pasar del 6 por ciento capitalino y acomodado a ganar una elección nacional se presenta como una larga marcha. Pero lo que es indiscutible es que Bayly ha obtenido, en un mes de provocaciones ingeniosas, lo que a otros les cuesta años y lo que otros pierden en unos pocos meses.
La fragua de Bayly, políticamente hablando, es su bien ganado narcisismo. Es un escritor torrencial y muchas veces talentoso, un comediante triunfal, un comunicador nato, un neurótico indiscreto y perverso que es capaz de anunciar pesares ficticios y hablar como un notario helado de su propia, inminente y fantasiosa muerte.
Bayly ha llegado a amarse tanto que si pudiera desdoblarse del todo se casaría consigo mismo.
Es también socialmente inimputable y ha logrado, gracias a su simpatía, que se le perdone todo. Las barbaridades que ha escrito, su admisión pública de que “no tiene puta idea de para qué quiere ser presidente”, su prochilenismo fervoroso que lo empuja a plantear la virtual desaparición de las Fuerzas Armadas peruanas, sus oscuras escaramuzas con aquel amante argentino llamado Martín, su degradante persecución en contra de Diego Bertie –supuesta y ocasional pareja precoz del ahora candidato-, toda esa montaña de desatinos habría sepultado las ambiciones de cualquier mortal común y corriente.
Pero Bayly parece tocado por un dios pagano que lo aurolea de teflón y agüita santa, un ángel de la guarda que no lo desampara ni de noche ni de día (sobre todo de noche).
Pero si las locas ambiciones –locas pero legítimas- de este ego omnívoro explican parte de su candidatura, lo cierto, lo dolorosamente cierto, es que Bayly no estaría en la lid electoral si la clase política peruana hubiese hecho una mínima parte de sus tareas.
Es la ruina de la política peruana y el desastre de la educación aquello que explica, en el fondo, el fenómeno Bayly.
Si los partidos son siglas, vientres putos de alquiler, aglomeraciones sin ideas claras, o maquinarias enormes donde las elecciones internas se manipulan y envilecen –tal es el caso del Apra-, ¿qué pueden pensar los desafectos más jóvenes? Pues que un revulsivo esperpéntico nos puede caer bien. Bayly es un astuto fruto del desánimo de muchísimos jóvenes, de su asco por la política, de su rechazo a la farsa. Que quienes rechazan la farsa apuesten por Bayly parece una ironía autoinfligida. Y que su nicho electoral esté en las clases altas da una idea de que, en materia de valores, el desastre educacional del Perú va de la cima a la sima.
Si gente como García, Kouri, Castañeda -y muchos otros más- demuestran a diario que en el Perú la ética está demás y que valores como la honradez, el cumplimiento de la palabra empeñada, la prolijidad en el manejo del dinero público, han dejado de existir, ¿con qué vigas sostenemos la ilusión de país y de nación y de propósitos comunes?
Esto es una escombrera. De este Haití ético que es el Perú de hoy, puede salir cualquier ocurrencia, la más tesonera extravagancia, el capricho más ridículo.
Pero la escombrera también tiene una causa. Y esa causa es lo que podríamos llamar la actual hegemonía de la corrupción.
La corrupción es vieja en el Perú. Pero quien mejor la organizó, quien la convirtió en institución intersectorial y en manual de magisterio fue Alberto Fujimori.
Y en muchos aspectos, el fujimorismo, como clima y nube tóxica, sigue siendo protagónico.
El primer síntoma de esa supervivencia es que en el Perú actual ha crecido aún más la legión de ciudadanos que piensan que el robo es inevitable y que la coima tiene mucho de natural.
Esto no es anomia. La anomia es la prescindencia distante de leyes y de normas sociales.
Lo que pasa en el Perú actual es mucho más profundo y escabroso. Aquí se aprecia, se estima, se alienta la corrupción.
Un corrupto exitoso en el Perú –y sobre todo en Lima, el epicentro de este cáncer- es alguien a quien muchos admiran. Mezcla de machismo, ignorancia, arribismo y propensión a tomar todos los atajos que se presenten, esta cultura de la corrupción, esta autorización tácita para que los encumbrados violen la ley o se hagan de fortunas vertiginosas, ha logrado arrinconar a la virtud y encumbrar a la fechoría llamándola “pragmatismo” y aun normalidad o destino.
Es cierto que en Chile o en Ecuador –o en Colombia y Brasil, para no hablar de los Estados Unidos- la corrupción asoma su pezuña de vez en cuando.
Pero, por lo general, cuando un escándalo de este tipo estalla en esos países hay un cierto revuelo, una sanción social, una intervención muchas veces enérgica de jueces y fiscales.
En pocos países la corrupción se premia o se celebra. Mi país, tocado por una infección de la que ya hablaba hace un siglo González Prada, ha desmantelado, gracias a García, el sistema que permitió encarcelar a algunos malandrines.
Es cierto que hubo un paréntesis de luz en todo este proceso. Y ese tramo soleado tuvo un nombre: Valentín Paniagua.
Pero recordemos qué pasó después. Después llegaron Toledo y PPK a “restaurar el orden”. Entonces supimos que había una delgada línea roja que unía al hotel “Melody” con la fuga de Schutz, a Maiman con el lobismo aventajado de los amigotes de Toledo.
El fujimorismo había vuelto. Pero este era más letal.
Porque a Fujimori lo enfrentamos quienes estamos convencidos de que la democracia es irremplazable. Y entonces fue la batalla entre el despotismo sin ilustración de Fujimori y los valores de la democracia.
Con Toledo, para nuestra desgracia, se desacreditó la democracia. El mecanismo de regeneración del Perú se atascó en los negocios de las licitaciones y las concesiones. La transición se volvió intransitiva y murió con Paniagua.
No necesito abundar en detalles respecto de lo que ha significado el retorno de García.
Ese retorno ha sido la confirmación plena de que en el Perú la tendencia mayoritaria es considerar el bandidaje político como un asunto menor.
No digo que el señor Humala hubiese hecho un buen gobierno –en realidad, con la maleza que arrastró al parlamento habría hecho un gobierno espantoso y anarquizante-. Lo que digo es que tuvimos la oportunidad de elegir a Lourdes Flores, una mujer de centro y hasta ese momento sin tacha alguna, y la desperdiciamos. Optamos por “el mal menor”.
El costo de esa opción ha sido enorme. Nunca sabremos cabalmente de qué tamaño es el actual saqueo del presupuesto nacional y de qué modo la podredumbre ha cundido, de arriba a abajo, desde la cabeza malograda a la circulación periférica, en los ministerios, los municipios, los gobiernos regionales, las instituciones.
Un problema mayor es que la corrupción que padecemos es incompatible con el capitalismo y el mercado. La corrupción no sólo roba sino que desalienta a la honestidad y destruye la meritocracia.
Si para ganar una licitación es mejor ser amigo que ser mejor y si algunas decisiones sobre gasto e inversión pasan por ciertas covachas del compadrismo porteño, ¿de qué liberalismo hablamos?
El capitalismo creador que cambió al mundo no se hizo con lodo sino con trabajo y con valores.
Un maremoto mundial lo ha cambiado casi todo. Lo que hacía Henry Ford ahora lo hacen gansters de la banca.
Pero volviendo a lo nuestro: si el Apra es ese padre que devora a sus hijos, si la oposición es ese silencio, si la prensa del entretenimiento ha derrotado a la prensa seria, si los partidos deambulan en busca de un líder perdido, entonces nadie debería sorprenderse ante lo que está sucediendo: Bayly propone terminar de vender el país y, al mismo tiempo, plantea una revolución. Esa revolución, sin embargo, se detiene en el matrimonio gay, o en el concordato con Roma. Quietismo en lo económico –para que acabemos de cerrar lo poco de industria que nos queda- y audacias de segunda para el cojudeo. Buena fórmula. Malos tiempos.

C.H

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