27.2.10

Mi primo Salomón

Por Augusto Álvarez Rodrich
alvarezrodrich@larepublica.com.pe

Medios y remedios para la discapacidad en el Perú

Susana Stiglich me invitó anteayer a un taller sobre discapacidad en los medios con el fin de buscar maneras de mejorar la difusión periodística sobre discapacidad, así como la creación de una red de comunicadores y de un manual de estilo periodístico sobre discapacidad.

Hay muchas causas valiosas que todos quisieran respaldar pero que, con frecuencia, se empantanan por falta de organización para movilizar recursos y voluntades. Una es el derecho de las personas con discapacidad a no ser discriminadas y a tener la oportunidad de progresar, de ser felices y de contribuir con la sociedad en vez de ser un lastre para ella y sus familias.

En mi exposición destaqué, primero, la poca difusión periodística sobre discapacidad, lo cual es sorprendente por un asunto de principio pero, también, comercial: en el Perú hay más de tres millones de personas con alguna discapacidad que, sumados a sus familiares, constituyen un segmento relevante.

Segundo, los enfoques periodísticos sobre discapacidad deben evitar el tono caritativo y penoso propio de las teletones y priorizar la dignidad humana, la no discriminación y –sobre todo– el perjuicio que significa para la sociedad perder la oportunidad de que gente valiosa contribuya al beneficio del país.

Tercero, antes de informar sobre discapacidad hay que informarse bien para evitar prejuicios absurdos y sin sentido. Cuarto, hay que usar historias periodísticas con nombre propio pero buscando la generalización que refuerce la presión sobre la autoridad para el establecimiento de políticas públicas inteligentes. Quinto, hay que hacer ‘alianzas’ con políticos de cualquier color, desde Michael Urtecho hasta Javier Diez Canseco.

Quise terminar mi exposición con un ejemplo de buena práctica sobre lo que decía. Afortunadamente, esa mañana, Iana Málaga había publicado, en El Comercio, un reportaje estupendo (‘Sin miedo a las sombras’) sobre el tema que, además, daba cuenta de la organización Business to Disabled (B2D), la cual capacita en emprendimiento y reconoce la labor de quienes crean proyectos que benefician a las personas con discapacidad.

Como, por ejemplo, mi primo Salomón Rodrich, quien a pesar de que no puede ver desde los 26 años, es una persona encantadora, informada y moderna como pocos, que gerencia su empresa, está al día de los avances tecnológicos, envía emails, sabe qué pasa con la congestión del tráfico, está al tanto de las noticias y –como me enteré por el artículo de Iana Málaga– se acaba de ganar un premio de B2D.

Por no defender los derechos de las personas con discapacidad, todos nos estamos perdiendo la oportunidad de contar con el estupendo potencial de ellas para contribuir al progreso de todos. Esta es una de las discriminaciones más absurdas que conozco y que debemos erradicar cuanto antes.




LA REPUBLICA

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