28.2.10

Esperando

Jaime Lértora Columnista



Llego a la agencia bancaria buscando consultar un tema específico, saco mi ticket y tomo asiento frente al módulo de atención. La señorita encargada está atendiendo a un cliente y sin embargo se da un tiempo para hacer contacto visual conmigo y me sonríe. Con eso me basta para saber que se ha percatado de mi presencia y, entonces, la espera se me hace más placentera, menos larga y aburrida. ¿Le ha pasado algo así a usted? Si su respuesta es afirmativa convendrá conmigo en lo agradable de ese intercambio, de ese reconocimiento. Lamentablemente son muy pocas las experiencias similares, tanto las mías como las que obtengo cuando hago esa pregunta.

Preocupado por unos pequeños mareos visito al médico. La atención es por orden de llegada, hay tres personas en la sala que han llegado antes que yo. saludo con suficiente volumen en mi voz y sin embargo no obtengo respuesta, las personas ni siquiera dejan de hacer lo que están haciendo para dirigirme la mirada, aunque sea por curiosidad, no, nada de eso sucede. Tomo asiento y, entonces, la espera se me hace eterna. Es probable que usted haya vivido también una situación como ésta y que, igualmente, se haya sentido como yo, incómodo, fastidiado, es decir: mal.

Una situación de extrema incomodidad se da en los ascensores. Recuerdo las veces que he entrado en uno y quienes estaban dentro han evitado mirarme. El poco espacio tampoco ayuda a la recuperación de nuestra comodidad y mentalmente hacemos fuerza para que el viaje acabe lo más rápido posible.

Nada más importante que sabernos reconocidos, de existir para los demás. Al igual que cuando nos miramos al espejo nos reconocemos, sabemos, comprobamos quienes somos, la mirada de los demás nos da esa existencia que necesitamos como el pan de cada día. Para saber quiénes somos no nos basta, con el documento de identidad o con la partida de nacimiento, finalmente se trata de papeles y nada más. No, claro que no nos basta. Necesitamos la dinámica del reconocimiento continuo y esto lo recibimos a través de la mirada de los otros.

Normalmente cuando nos dirigimos a los demás usamos la palabra y, una vez conseguida su atención, es decir sabiendo que nos están atendiendo, seguimos con nuestro discurso, mirándolos a ratos sí y a ratos no, intermitentemente.

Este pobre uso del reconocimiento a través de la mirada es un mal de la ciudad grande, de la urbe, no se da en los pueblos chicos. En mi experiencia de trabajo en comunidades campesinas de la sierra he podido comprobar que lo normal es el mirar, reconocer, darse cuenta primero de la presencia del otro para recién iniciar el diálogo.

Si situaciones como las aquí descritas nos molestan, preocupémonos entonces por no provocarlas. Pensemos en programarnos para buscar y mantener siempre la mirada de aquellos con quienes nos comunicamos. “Mirar antes de hablar, mirar antes de hacer”, puede ser a partir de ahora nuestro lema. Podemos sentirnos y hacer sentir mejor a los demás colaborando así con la construcción de un mejor cLima emocional.


LA PRIMERA

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