22.2.10

Salvemos al Cusco

La exhortación podría parecer dramática y exagerada pero no lo es. Es que no hemos mirado dentro de nuestra propia tierra con ojos de ver y de ellos todos somos responsables, empezando, como es lógico, por el Estado. Cusco se encuentra no sólo anegado sino asfixiado por la parálisis total de su economía y el daño físico de su infraestructura. Miles de cusqueños lo han perdido todo como la propia ciudad sus sistemas de alcantarillado, al tiempo que ha colapsado la microeconomía agrícola –sustento del 95 por ciento de los cusqueños rurales– y se ha afectado gravemente la industria turística, fundamento de los ingresos financieros no sólo de la región y del propio Estado peruano sino fuente de empleo del 95 por ciento de los cusqueños citadinos.

Dos son los factores que están incidiendo en la pobre respuesta que el Estado ha podido dar ante la desgracia. Por un lado, la falta de reflejos del gobierno central y su incapacidad de articular la acción multisectorial indispensable en estos casos. Por el otro, la incapacidad del propio gobierno regional de responder a la emergencia y, antes, de trabajar conjuntamente con el nivel local en la prevención. Aquí es donde descubrimos en forma dramática el lado oscuro de esa gran reforma que es la descentralización. Necesaria y justa, ésta no ha logrado aún resolver ni desarrollarse de manera homogénea. El sólo hecho, por ejemplo, de que en algunos sectores como Salud y Educación esté mucho más avanzada que en otros, demuestra que el proceso es, de suyo, complejo. Esta problemática determina que las competencias transferidas no han podido desarrollarse adecuadamente por falta de capacitación. En otros casos, la ausencia de esas transferencias complica la situación y paraliza una apropiada respuesta.

El resultado: el gobierno central transfiere recursos pero no tiene la autoridad para ejercer un control en razón de la autonomía de cada gobierno regional. Fondos entregados para prevención son usados en otras cosas. Al final, mientras las poblaciones sufren los embates de las emergencias sin hacerles frente como debería, el gobierno nacional y los regionales y locales se echan mutuamente la culpa de la inacción. Por ello es que cuando el nivel central y los regionales y locales encuentran puntos de confluencia e interactúan apropiadamente, se aprecian de inmediato los efectos positivos de dicha coordinación.

Resolver este tema aún pendiente es cosa nuestra pero salvar al Cusco de las consecuencias de la catástrofe no lo es por la magnitud de los daños ocasionados. Es por ello que urge que la comunidad internacional apoye nuestros esfuerzos internos para que el Cusco renazca. Sin esa ayuda, es improbable que nuestra ciudad imperial y tesoro turístico vuelvan a ser lo que fueron hasta hace apenas tres semanas. Esa ayuda, sin embargo, no podría llegar si no es convocada por un liderazgo claro como el que sólo puede ejercer el presidente Alan García. Presidente, tiene usted la palabra.

EXPRESO

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