21.6.09

De padres e hijos

He escrito antes que el “Día del Padre” debería ser sólo medio día en el Perú, puesto que acá la mitad de los padres abandonan a su mujer y sus hijos apenas éstos nacen o aún antes.

Voy a exaltar ahora el papel de los padres que sí brindan afecto y protección a sus vástagos.

Según famosamente escribió Jorge Luis Borges, el niño es el padre del adulto. Quiso decir, entiendo, que del trato que se dé al pequeño depende su conducta en la adultez.

Esa intuición puede explicar por qué en la edad patriarcal no existía el problema de la relación padre-hijo. El hijo adquiría individualidad sólo cuando llegaba a la paternidad. Era ésta la garantía de una continuidad del carácter y la tradición.

Hay, sobre todo en la historia del arte, conmovedores ejemplos de ese sentido de la herencia. Los pintores Giambattista y Domenico Tiepolo son un caso. La dinastía de los Bach, cuya corona es Juan Sebastián Bach, es otra prueba. Como se sabe, el padre de la música -así le dicen, a justo título- engendró 20 hijos, cuatro de los cuales fueron músicos notables.

Huérfano de padre y madre a edad temprana, Juan Sebastián estudió a la luz de la luna, durante seis meses, una colección de partituras.

Bach significa arroyo en alemán. Beethoven expresó por eso: “Debería llamarse See (Océano)”.

Casos notables de continuidad fecunda son los franceses Renoir. Gustavo, el pintor, fue padre de Jean Renoir, el director de filmes como “La gran ilusión” y “La bestia humana”. Jean es autor de una biografía de su padre, que demuestra hasta qué punto la relación afectuosa entre padre e hijo incuba una personalidad libre y armoniosa.

No dejaré de señalar un caso peruano que parece arrancado a la ficción. Es el del gran rebelde Juan Santos Atahualpa y su hijo Josecito.

Pablo Macera acaba de publicar, con el sello editorial de la Universidad San Martín de Porres, el libro El tiempo libre asháninka. En investigación ejemplar, el historiador va más allá de las crónicas y los archivos, y rastrea en la traducción oral de esa etnia, y hasta en sus cantos y danzas.

Es así cómo descubre que a la muerte del invicto Juan Santos, su ánimo y su genio guerrero fueron heredados por su hijo, hasta hoy llamado Jocesito.

Los mapas del volumen nutren la imaginación: el escenario de las hazañas de los Atahualpa, padre e hijo, es el valle de los ríos Apurímac y Ene (VRAE), centro de violencia y narcotráfico.

El libro, que no tengo a la vista en el momento en que escribo, viene en edición bilingüe, con ilustraciones de opulencia cromática amazónica.

Algunos dudan de que exista una Weltanschauung (visión del mundo) de los pueblos de nuestra selva. Macera encuentra que los asháninka saben que Juan Santos y su hijo murieron, pero creen también que volverán. Creen en la resurrección de la carne y de la lucha.

LA PRIMERA

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