22.6.09

Viviré y seré mujer

Buenas y malas noticias. Primero las malas. Le vino la regla a Lucía. No tendré un hijo con ella. (Esta puede considerarse una buena noticia para ella o para el bebé que no fue o para la humanidad, pero para mí califica como mala).

Ahora las buenas. (Dicho sea de paso, qué buena está Lucía). El próximo año seré mujer. (Esta puede considerarse una mala noticia para las mujeres o para la humanidad, pero es buena para mí).

No exagero si digo que es una noticia o novedad para mí que el próximo año seré mujer. No lo sabía. Me enteré de ella (o de que yo seré ella) cuando fui al supermercado y compré un tabloide sensacionalista llamado ¡Mira! (ahora ¡a solo 2.29 dólares!).

¿Debemos creerle a esa revista semanal de chismes y escándalos de los famosos de Estados Unidos y pantanos adyacentes? Yo digo que sí. Yo le creo. Si se llamara simplemente Mira, no le creería, o no le creería con el mismo énfasis. Pero se llama ¡Mira!, con signos de exclamación, y esa orden tajante, ese ucase tropical, ese alarido desesperado solo puede traer noticias confiables, de indudable credibilidad.

El titular del semanario me informa dramáticamente de tres cosas que yo ignoraba antes de comprarlo, junto con las uvas y las bananas en el supermercado de Key Biscayne:
“Jaime Bayly
Deja la TV para vivir
COMO MUJER”
Hasta aquí, me entero de tres noticias alentadoras. Primero, que dejaré la televisión y no que la televisión me dejará a mí (siempre es mejor dejarla que ser despedido). Segundo, que, tras dejarla, viviré, no moriré. No estoy bien de salud y no pensaba vivir mucho más, pero la revista dice que voy a vivir. No precisa con exactitud cuánto más voy a vivir, pero en esa ambigüedad yo quiero leer que hay muchos años, que voy a vivir muchos años más. Como mujer, claro está. Porque esta es la tercera y mejor noticia: que, después de ser hombre por cuarenta y cuatro años, y casarme con una mujer, y tener con ella dos hijas mujeres, ahora, por decisión editorial de la revista ¡Mira! (que yo en modo alguno me atrevería a cuestionar u objetar) me convertiré en una mujer. Y viviré. Esto naturalmente me llena de júbilo, de una euforia impensada.

Yo había calculado todo lo contrario, es decir, que me iban a despedir de la televisión, que no iba a vivir mucho más y que moriría siendo hombre.
Ahora las cosas cambian. Ahora tenemos un plan. Ahora podemos ver (o digamos mirar, o incluso ¡mirar!) el futuro con optimismo. Porque dejaré la televisión (dónde o cuándo, no se sabe), viviré (cuánto tiempo, no se sabe, pero lo más probable es que eternamente) y seré mujer (y hemos de suponer que me he preparado toda la vida para acometer dicha empresa y que estoy listo para ser toda una dama).

No sé si debería contarles esto a mis hijas. Tengo la revista conmigo y me parece que lo correcto será decirles que, por decisión del semanario ¡Mira!, quien solía ser su papá será en adelante su mamá, o su otra mamá. Espero que mis hijas sepan entender que uno no decide estas cosas, que uno se entera de estas cosas leyendo las noticias y que a estas alturas no tendría sentido ir contra la realidad, negar la realidad, ir contra la corriente, fingir que uno es quien ya no puede seguir siendo. Como dicen los cubanos de Miami: “Lo que está para ti, está para ti”. Y ya se ve (o se mira) que lo que está para mí es ser mujer.

El semanario agrega con tipografía de escándalo: “El escritor, periodista y conductor confiesa: “A LOS 40, LAS CHICAS SOMOS MÁS LIBRES, MÁS SEGURAS Y MÁS ATRACTIVAS”.

No quiero presumir de lo que no soy. Soy una chica de 44 (o estoy en vías de serlo), no una de 40. Pero no nos perdamos en fruslerías, en asuntos contables. La edad se lleva en el alma, en la mirada. Y si la revista ¡Mira! asegura que soy ya una chica de 40 (y además una chica libre, segura y atractiva), podemos llegar a varias conclusiones tan sorprendentes como halagadoras: la primera, que, si bien todavía no soy formalmente una mujer (porque el titular anuncia que lo seré cuando deje la televisión, cosa que aún no ha ocurrido), yo me siento ya una mujer; segundo, que no solo me siento una mujer antes de serlo, sino que me siento una chica; y tercero, que me siento una chica libre, segura y atractiva (aun sin ser todavía formalmente una mujer, pero se entiende que en mi espíritu ya lo soy o que me hallo en plenas aptitudes físicas y mentales de dar el salto genital).
Nadie te enseña en el colegio o en la universidad que un sábado por la tarde vas a ir al supermercado arrastrándote como un pusilánime bajo el calor agobiante de una isla tropical y de pronto te vas a enterar, leyendo una revista exhibida al lado de la caja registradora, a punto de pagar por las uvas y las bananas, que, te guste o no te guste, vas a ser una mujer.

Nadie te prepara para un momento así. Como leí no hace mucho en el libro de un amigo, “nadie puede prepararte para el final del día”. Convengamos que yo había hecho algunos ejercicios, ensayos o entrenamientos. No es un secreto que me había concedido la dicha de entregarme a juegos amatorios no solo con mujeres sino también con varones. Digamos entonces que, si bien no sabía que estaba trazada en mi destino la curva rocambolesca de cambiar de sexo, la noticia no me pilló del todo desprevenido. Quiero decir, no es que de pronto una revista de Miami me anuncia que voy a ser militar o sacerdote. Eso sí que me hubiera hundido en una severa depresión. Pero anunciarme que voy a ser mujer (y que viviré muchos años como mujer, o que gracias a mi cambio de sexo salvaré la vida, que es otra manera de interpretar la noticia: que si me obstino en seguir llevando un colgajo en la entrepierna, habré de morir: es decir, que solo sobreviviré si acepto mi destino vaginal) es algo que me provoca un cierto rubor y una sofocada alegría.

Que quede claro: la noticia de que seré mujer me ha hecho inmensamente feliz. Pero no quisiera mentir: no estaba en mis planes, o no en los inmediatos.

Yo había pensando postularme a la presidencia del Perú, lo que ya era un ejercicio doblemente optimista: suponía que en tres años yo seguiré existiendo y que la república del Perú existirá asimismo. Tal como van las cosas (o como iban antes de leer ¡Mira!), ambas suposiciones parecían dudosas o, cuando menos, debatibles.

¿Debo entender, tras leer el semanario de Miami, que voy a ser mujer y que por consiguiente debo renunciar a mis aspiraciones presidenciales? ¿O puedo ser una mujer ambiciosa y soñadora y postularme a la presidencia no ya como candidato sino como candidata, y entrar en una riña de furor uterino con mis amigas Keiko Fujimori y Lourdes Flores?

La cosa no está clara. Está claro que dejaré la televisión, que viviré y que seré mujer. Pero mi futuro político, según el tabloide que guía mi destino, es incierto. Al leerlo, me entero de que he declarado lo siguiente: “Sí, es verdad, he hablado de la candidatura (entiéndase presidencial, no de la candidatura a ser una dama), pero las encuestas y el apoyo general me están llevando a tomar otra dirección”, afirma ¡Mira! que afirmo yo. ¿A quién debemos creerle: a ¡Mira! o a mi? Yo le creo a ¡Mira! Si ellos dicen que yo he dicho tal cosa, yo carezco de signos de exclamación para afirmar lo contrario.

Quiere decir entonces que “las encuestas y el apoyo general” (de los peruanos, se entiende) me han llevado (o me están llevando, pero ya la cosa se me viene encima) “a tomar otra dirección” (y esto es un eufemismo: por “otra dirección” debemos entender “otro género, otra identidad sexual, otros órganos genitales, otra libreta electoral, otro nombre”, por “otra dirección” debemos entender que mi pene va en dirección a una vasija de formol y que quien ose auscultar mi entrepierna encontrará en ella los cálidos pliegues de una flamante vagina. ¿Quiere decir entonces que, según las encuestas, la mayoría de los peruanos desea que yo sea una mujer y que no me postule a la presidencia? ¿O debemos inferir de la lectura de ¡Mira! que lo que las encuestas revelan es que solo tendría opciones de ganar las elecciones presidenciales si me presento como mujer?

Leyendo y releyendo la noticia, y cotejándola con las encuestas que me envían desde Lima y con los partes médicos que recibo con asiduidad, me permito llegar a las siguientes conclusiones: 1. Si me empeño tercamente en preservar mi virilidad, moriré pronto. 2. Si muero pronto, no podré ser presidente del Perú ni de ninguna otra tribu. 3. Siendo mujer, viviré. 4. Debo por consiguiente ser mujer. 5. Aunque todavía resulta prematuro, no descartemos que, ya siendo mujer (y sintiéndome una chica libre, segura y atractiva), dé el batacazo y sea la primera mujer presidenta del Perú (y, de paso, el primer ex hombre presidente del Perú).
La noticia es tremenda y me ha dejado sobrecogido. Porque además termina en un tono seguro, desafiante, ganador: “Lo que sí puedo decir (dice ¡Mira! que digo yo, y lo que digo yo es lo que leo en ¡Mira!) es que cuando las mujeres queremos algo… ¡lo conseguimos!”.

Dios, ¡tantas buenas noticias en la caja registradora del supermercado un sábado por la tarde! Dejaré la televisión, soy una chica, viviré, seré mujer, lo conseguiré. Sí, ¡lo conseguiré! ¿Qué es exactamente lo que conseguiré? No lo sé todavía. Por lo pronto, sé que conseguiré una suscripción a la revista ¡Mira! para saber cuándo seré mujer y cómo me llamaré. Creo que me gustaría llamarme ¡Miranda! Sí, con signos de exclamación, como los músicos argentinos. Si voy a ser una mujer el próximo año, quiero salir a gritarlo como una loca.

JAIME BAYLI

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