24.6.09

Una penosa jornada

¿A QUIÉN LE CONVIENE LA INCERTIDUMBRE POLÍTICA?

Por: Fernando de Szyszlo Pintor

Ha sido una terrible experiencia la que hemos vivido en las últimas semanas. Y desgraciadamente el problema todavía no ha terminado. Esperemos que al menos la violencia y la sangre se hayan detenido. Sin duda, el aspecto más triste es el de las personas que han perdido la vida en ese trance y el otro saldo, también grave, es que se haya tenido que retroceder para conseguir la paz, y aceptar que se violaron leyes, que los responsables se ufanen de una victoria y que la reacción general sea aplaudir que se consiguiera finalmente la calma, a pesar de que todo lo que ha sucedido crea ominosos precedentes.

Indudablemente, hay que distinguir a los nativos desprevenidos y desinformados, inocentes, de los que los empujan desde dentro y también desde fuera del país, con miras, no a conseguir unas mejores condiciones de vida para ellos, sino en busca de unos réditos políticos que eventualmente los llevarían al poder, para, desde allí, seguir manteniéndolos desprevenidos y desinformados. Los proyectos de ley, tanto el de hace unos meses, que era referente a las comunidades andinas, como el más reciente, respecto de las comunidades de la selva, han sido satanizados, distorsionados para, a partir de la versión que se les transmitió, hacer aparecer los decretos como despojadores, abusivos e inaceptables.

Pero hagamos un poco de memoria: Hace 20 años, en 1988, si se hubiera presentado un proyecto de ley que hubiera incluido la privatización de alguna empresa pública, la reacción habría sido devastadora, se habrían también producido huelgas, cierre de carreteras y disturbios hasta conseguir un muerto que habría terminado por paralizar todo y el resultado habría sido el retiro del proyecto de ley. Eran los años en que solamente se podía hablar de nacionalizaciones, en que la empresa privada era anatema y vivíamos con el cerebro lavado por los técnicos de la Cepal que nos decían que el único camino para el desarrollo del Tercer Mundo era la “sustitución de las importaciones” y venía a renglón seguido todo ese vocabulario hoy olvidado y obsoleto que se oyó tanto en los tiempos del general Velasco y su Sinamos de ingrata recordación.

Fue al final de la década de los ochenta que comenzó la campaña electoral de Mario Vargas Llosa. Diferentes circunstancias coincidieron, ninguna muy santa, para frustrar la victoria de Vargas Llosa, pero la campaña tuvo una consecuencia evidente, que es responsable directa de la manera como miramos la economía desde entonces. La prédica que en esos meses hizo Vargas Llosa en la televisión y en la prensa escrita tuvo un impacto directo en la gente, nos abrió los ojos sobre lo que era la realidad de las empresas estatales y sus déficits permanentes, su burocracia fácilmente vulnerable a la corrupción, su ineficiencia y su incapacidad de generar progreso.

El caso es que el ganador de esas elecciones tenía un programa de gobierno que presentó en su campaña y era no solamente populista sino además improvisado y elemental. Los consejos de economistas enterados que recibió ya como presidente electo, por suerte, lo hicieron cambiar; como consecuencia se apropió del programa de Vargas Llosa en materia de política económica, si bien no con demasiada convicción, ya que su primer ministro al anunciar los planes inmediatos del Gobierno terminó su exposición con un angustioso “que Dios nos ayude”.

No es necesario ningún esfuerzo para comprender que detrás de esos decretos, el de las comunidades andinas y el de las comunidades de la selva, no hay sino la intención de ayudar a grupos humanos que viven en una época pretérita, abrirlos a la modernidad, a la capacidad de progresar, a tratar de conseguir darles una vida mejor y más saludable a ellos y a sus descendientes. No hay ninguna intención oculta sino la de ayudarlos a progresar. ¿No fue Deng Xiao Ping el que dijo que “no importa que el gato sea blanco o sea negro, lo importante es que cace ratones”? ¿Por qué aterrarlos con la inversión privada si ella les traería no solo trabajo sino escuelas y hospitales?

Cabe pensar que si en todo este problema hay una intención secreta que sería la de mantener a esos pueblos que viven atrasados y en la miseria, que permanezcan como están para poder hacerlos reclamar por su condición y tener una masa que tenga derecho a exigir mejores circunstancias para su vida y las de sus familias, sin dejarlos al mismo tiempo aceptar el camino por el cual podrían realmente conseguirlas.

Nunca dejemos que mañosamente confundan las tradiciones culturales de cada uno de estos grupos, su identidad cultural, con su circunstancia física. Son tradiciones que han soportado siglos de indiferencia y miseria. Se puede soñar en lo que habrían desarrollado en ese mismo campo si hubieran tenido una vida más fácil, con una educación de calidad y con una alimentación y salud bien protegidas. La alternativa ha sido emigrar a la costa a seguir en la miseria pero con un pequeño resquicio para la posibilidad, una entre cientos, de mejorar, aun si es a costa de abandonar sus hogares y sus paisajes, y someter sus tradiciones a la presión de una cultura marginal y discriminatoria, pero que, sin embargo, aun escondida se empeña en existir.

No queda sino tener paciencia y volver a tratar, volver a explicar lo que se intenta conseguir.

Tenemos que convencerlos y convencernos de que hay luz al final del túnel, que estamos caminando en la dirección correcta y que tenemos que empujar todos en la misma dirección.

EL COMERCIO

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