29.6.09

La postergada reforma del Estado

Por: Ernesto Velit G Analista político

La democracia participativa es una forma de democracia liberadora, un camino de emancipación. Es transformar el Estado radicalmente y profundizar los logros de la democracia representativa; por ello, tiene un alto contenido libertario y nos enseña que no hay verdades eternas en las relaciones entre la sociedad y el Estado.

Las experiencias de los últimos tiempos nos enseñan los grandes vacíos de la democracia representativa, las carencias de nuestra Constitución, las crisis de la representatividad, la pérdida del sentido de pertenencia y de identidad. Bagua es un semillero de lecciones y enseñanzas.

Se ha hecho evidente la urgencia de gestar un espacio interdisciplinario que sirva al debate, a la reflexión permanente, al análisis desapasionado en el que las experiencias y el conocimiento ayuden a construir un campo de gestión social y así poder avanzar en la elaboración de la gestión política, con los objetivos y recursos de la democracia representativa.

Buscamos cómo lograr que la ciudadanía participe, protagonice y decida el proceso deliberativo. Ello implica institucionalizar la participación, crearle mecanismos, revalorizar el papel de la ciudadanía. Delegar facultades, como lo prescribe la democracia representativa, ha sido funesto para nuestro país porque se abdicó el derecho a fiscalizar. Ahora es un reclamo y una necesidad la participación popular, mediante instituciones del Gobierno y de la sociedad civil que utilicen los recursos de la soberanía y con la bendición constitucional actualizada.

Experiencias funestas como las vividas últimamente marcan la necesidad de cambios en la sociedad para actuar ante un Estado desarticulado, para que este pierda su estructura burocrática, pesada e insensible. Para terminar con el clientelismo y la corrupción, que envilecen la función de gobierno. En suma, hacer algo por crear mecanismos que permitan atender la demanda social incrementada por los propios mecanismos de las democracias imperfectas.

Hay muchos espacios donde promover debates y reflexiones: los medios de información, verdaderas correas de transmisión; los colegios profesionales, la universidad peruana —cada vez más ajena a lo que sucede en su entorno—, los grupos académicos e intelectuales, los de la comunidad organizada y el Acuerdo Nacional, al que hay que despertar de su sueño polar. De allí nacerán las propuestas para incentivar el interés de los políticos en la impostergable tarea de elaborar una nueva Constitución, vía una asamblea constituyente.

Estamos promoviendo una nueva modalidad de participación social, con nuevos actores y tareas y como respuesta al fracaso de la representatividad. Tal vez, este camino permita, entre otros, recuperar la confianza en los partidos políticos y los lleve a mejorar sus propuestas.

El impacto de la crisis económica y además los luctuosos sucesos de la Amazonía han llevado a nuevos movimientos sociales y demandas en busca de un cambio que muestre un modelo más equitativo y participativo.

Es solamente interpretando esa realidad como podemos cerrar el camino a la violencia, al enfrentamiento suicida, al discurso agitador e irresponsable y, sobre todo, a la indiferencia de los obligados a escuchar. En democracia el poder se limita y el sentido de pertenencia y el de identidad se construyen, así se avanza en lo que es participación democrática.

Buscamos, con auxilio de una Constitución moderna y con sentido de justicia, instaurar un nuevo modelo en lo que significa la relación entre el Estado y la sociedad, entre los ciudadanos y sus representantes. Dar nuevas dimensiones a principios y valores olvidados, y acercar a la población a la toma de decisiones. En pocas palabras, comprometerse en la búsqueda de un nuevo modelo social, con democracia participativa, con nueva Constitución que garantice la paz, la justicia y el respeto a los derechos humanos.

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