29.6.09

Metidos en Honduras

Uri Ben Schmuel
uribs@larazon.com.pe


Si está confundido con lo que pasa en Honduras, pruebe el siguiente método, que si bien no es científico suele ser infalible: si Hugo Chávez lo aprueba, es malo; si lo condena, es bueno. En este caso, el gorila llanero ha puesto el grito en el cielo y hasta amenaza con intervenir militarmente. Saque usted sus conclusiones.
Bromas aparte, el asunto es complicado porque no se trata de un golpe de Estado en el sentido clásico del término. Zelaya –quien andaba de arrumacos con Chávez y Castro y se había unido a la ALBA– quería imponer una “democracia participativa” para su país, “y no solo representativa” a través de un plebiscito para reformar la Constitución. Ello pese a que en su artículo 375, relativo a la inviolabilidad, se expresa que dicha Constitución no pierde su vigencia ni deja de cumplirse por acto de fuerza o cuando fuere supuestamente derogada o modificada por cualquier otro medio o procedimiento distintos del que ella misma dispone (por ejemplo, un plebiscito).


En castellano sencillo, Zelaya buscaba ser reelecto y atornillarse en el poder, pese a que ni su propio partido lo apoyaba en ese empeño. El Congreso, la Suprema Corte, el Tribunal Electoral y el procurador de la Nación habían declarado ilegal ese plebiscito. Pero este clon de Chávez se obstinó y siguió adelante con sus planes. Había dicho, y sus defensores lo repiten ahora, que el Tribunal Supremo “solo defiende a los poderosos, los ricos y los banqueros y es un obstáculo para la democracia” y que en el Congreso se sientan “esos otros bárbaros que ya no representan a nadie”.

La gota que rebalsó el vaso fue la destitución del comandante en jefe de las FF AA porque se negó a distribuir el material electoral. De modo que ayer los militares sacaron a Zelaya del poder amparados en la autorización del Tribunal Supremo, que los invocó a defender la Constitución. Y ojo: el nuevo jefe del Estado no es un militar sino el presidente del Congreso, quien dijo que en noviembre de este año de todas maneras se efectuarán elecciones generales.

Interesante situación: ¿debe defenderse, en un afán purista, a un mandatario elegido democráticamente que usa ciertos mecanismos de la democracia para destruirla? ¿Debe condenarse, también por purismo, a militares que utilizan la fuerza para preservar el orden constitucional? Lo que pasa en Honduras, pues, no puede verse en términos de blanco y negro. Hay matices que deberían ser calibrados por aquellos que protestan automáticamente ante lo ocurrido.


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LA RAZON

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