19.6.09

¿Injerencia o sueño de un liderazgo indígena continental?

Por Mirko Lauer

Un nuevo fenómeno en la globalización es la injerencia en los asuntos ajenos. Antes la practicaban solo las grandes potencias, pero ahora eso se ha democratizado, y en cierta medida legitimado. Con las fronteras adelgazadas por las comunicaciones, hay lealtades e intereses –la religión, la etnicidad, la ideología– que viajan y se dan la mano a través de los cielos y los mares.

El asunto en saber qué son hoy, cuando el capital y la mercadería viajan tan libres por el mundo, exactamente asuntos ajenos. Al menos parece haber un consenso sobre una relación de exclusividad entre las políticas, las fronteras y los gobiernos: para bien o para mal, el Estado nacional goza de buena salud en lo que toca a decidir sobre la suerte de sus ciudadanos.

Los gobernantes cuidan celosamente sus aduanas políticas. Pero la opinión de los poderosos del exterior viaja e influye. Cuando Barack Obama expresa preocupación en Washington por los recientes muertos de Irán, tiene que acotar a renglón seguido que no es su intención inmiscuirse en el poder establecido de los clérigos musulmanes que dieron las órdenes.

Esto viene a cuento por el conflicto de Bagua, donde Evo Morales ha puesto en evidencia su comodidad en el papel, claramente transboliviano, de orientador oficioso del movimiento indígena continental. Es poco probable que tenga el peso, el carisma y los recursos para proyectar una influencia directa. Pero el papel está disponible, y no hay competidores individuales a la vista.

Hay liderazgos indígenas mucho más fuertes que Morales, que son antiguos y eficaces en el espacio panamericano. Para comenzar están las asociaciones de indígenas canadienses y estadounidenses, ricas y poderosas si se les compara con las del sur. Esto reúne a cientos de organizaciones que recorren todo el espectro ideológico, desde el reclamo hasta la revancha.

Lo que hace a Morales diferente es que ocupa la presidencia de un Estado, lo cual coloca sus argumentos y actividades por la causa indígena de lleno en la dinámica geopolítica de la región. Ser presidente de Bolivia y alentador de los nativos peruanos, por ejemplo, lo ubica en un complicado doble estándar, que Torre Tagle no ha dejado de hacer notar.

En un momento pareció que Alejandro Toledo tenía la voluntad política y las condiciones para ser a la vez presidente y líder étnico. Varias declaraciones de campaña electoral y su promoción de la multipresidencial Declaración de Machu Picchu en julio del 2001 parecían ir en ese sentido. Pero la intención de ser “sano y sagrado” quedó por el camino.

Quizás la mejor manera de evitar que Morales haga la política de los nativos locales es que la haga el gobierno peruano mismo, de la mano con los propios nativos en cuanto ciudadanos del país y con las asambleas indígenas del continente. También en eso Bagua ha sido una lección valiosa y de largo alcance.

LA REPUBLICA

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