28.9.09

OEA en la encrucijada

El presidente Alan García ha demandado a la OEA acciones concretas y efectivas para aminorar significativamente el estrepitoso gasto en armas de la región. El mandatario ha planteado una pregunta que a la vez es un dilema para los gobernantes: ¿De qué sirven finalmente los organismos subregionales y regionales de integración, si los países siguen gastando ingentes recursos en armas, es decir en el principal instrumento letal de desunión y desconfianza? Sin embargo nada ha hecho la OEA por detener esa peligrosa carrera. Sobre todo nada ha dicho sobre aquellos países que la emprenden, como Chile. Recordemos que el Secretario General de la OEA es el chileno José Miguel Insulza, el mismo que vendió armas de su país a Ecuador en pleno conflicto del Cenepa. Y preocupa que Chile no sólo no ha recibido una llamada de atención por su trayectoria armamentista, sino que incluso hay naciones que pretenden premiarla con la reelección de un político como Insulza, que facilitó aquel contrabando de armas sin el menor escrúpulo. Esa inacción, esa indiferencia ante el status quo –a cuya consolidación la OEA de Insulza contribuye con su retórica y accionar– ha venido generalizando un sentimiento de frustración hacia los objetivos primigenios de ese organismo panamericano, al extremo que voces ponderadas como la del ex canciller y congresista del Perú, Luis Gonzales Posada, han sido contundentes al señalar que camina a la extinción.

Hay, por cierto, reglas para una sana convivencia internacional, y una de ellas es la no intervención en asuntos internos. Pero comprar armas a niveles desproporcionados no es un asunto exclusivamente interno. Porque en este caso esas armas las adquiere Chile para usarlas eventualmente. Y su destino no sería otro que algún país limítrofe, uno de aquellos con los cuales Chile declara tener objetivos comunes de unidad e integración bilateral, subregional o regional. Una gran farsa.

Nadie pretende la utopía de naciones desarmadas o desprotegidas militarmente. Las relaciones entre pueblos tienen las mismas características que entre los hombres, y es bueno y prudente por ello estar preparados ante cualquier contingencia. Pero hay un abismo de allí a que la OEA observe con indiferencia una loca carrera por ver quién se arma mejor y más sofisticadamente; peor aún si quien demuestra inacción e indiferencia es la propia organización –a cargo de un chileno- que tiene en su carta como mandato “lograr un orden de paz y de justicia y afianzar la paz y la seguridad del Continente”.

Urgen pues cambios radicales en la OEA para que valga la pena que siga existiendo. Pero éstos no se harán sin voluntad política expresada abierta y claramente, y reflejada en acciones inmediatas y evidentes. Una de ellas, acaso la primera dada la oportunidad, es la no reelección de José Miguel Insulza como secretario general, porque éste representa a un país empeñado en una carrera armamentista que está en las antípodas de los valores que sentaron la fundación de la OEA.

EXPRESO

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