23.9.09

Seattle en La Oroya

Dicen que la ecología fue fundada en 1869 por el alemán Ernst Haeckel, autor de “Morfología general del organismo”.

Eso es mentira.

La ecología, que es una rama de la poesía y una hermana de la filosofía, la fundó, sin saberlo, el famoso jefe Seattle, de las etnias Duwamish y Suquamish.

El jefe Seattle le escribió en 1855 una famosa carta al presidente de los Estados Unidos de aquel entonces, Franklin Pierce. En ella reflexionaba sobre el extorsivo ofrecimiento de los blancos depredadores de comprarles las tierras a los indios Duwamish y Suquamish.

Esas tierras estaban al oeste de Washington y, claro, terminaron en manos de quienes estaban dedicados a expandir la frontera de los Estados Unidos y a exterminar a todos aquellos que se opusieran.

El jefe Seattle era bilingüe pero la versión original de su mensaje fue pensada en duwamish, un idioma salido del tronco lingüístico Salishan.

Seattle le escribió a Pierce lo que Pizango, de haber sido brillante, debió de escribirle a Alan García. La diferencia es que Seattle no estaba contaminado por la política sino que impregnado de cielo y tierra. Por eso pudo decirle a quien gobernaba en Washington:

“Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de pensar. Para él una parte de la Tierra es igual a otra, pues él es un extraño que llega de noche y se apodera en la Tierra de lo que necesita. La Tierra no es su hermana, sino su enemiga, y cuando la ha conquistado, cabalga de nuevo...”

El otrora poderoso Seattle, derrotado por la política genocida disfrazada de colonización, vencido por rifles y telégrafos, da esta vez en el blanco:

“El hombre blanco trata a su madre, la Tierra, y a su hermano, el Cielo, como cosas que se pueden comprar y arrebatar, y que se pueden vender, como ovejas y perlas brillantes. Hambriento, se tragará la Tierra, y no dejará nada, sólo un desierto...”

Profeta amerindio, insigne hijo del agua y de los bosques, Seattle ironiza:

“La vista de vuestras ciudades hace daño a los ojos del Piel Roja. Quizá porque el Piel Roja es un salvaje y no lo comprende. No hay silencio alguno en las ciudades de los blancos, no hay ningún lugar donde se pueda oír crecer las hojas en primavera y el zumbido de los insectos...”

Y añade, en otro párrafo, estas líneas que hoy habrían entusiasmado al mismísimo Al Gore:

“Yo soy un salvaje, y es así como entiendo las cosas. He visto mil bisontes putrefactos, abandonados por el hombre blanco. Los mataron desde un convoy que pasaba...Lo que les suceda a los animales, luego también les sucederá a los hombres. Todas las cosas están estrechamente unidas. Lo que acaece a la Tierra también les acaece a los hijos de la Tierra...”

El mundo optó por Pierce y algunas chusmas irlandesas. Y dejó al jefe Seattle morir de a pocos en el intento de conservar sus tierras.

Hay que entender a Seattle para entender a nuestros selváticos, a los mapuches de Chile, a la indiada de Bolivia, a Chiapas y a Guatemala.

Seattle es nuestro jefe. Frente a él, el nazi-racismo de los imbéciles y el lobismo de las petroleras son muy poca cosa.

Por eso es que la batalla ambientalista sólo puede ser librada desde posiciones contestatarias.

Y mientras tanto, aquí, en Lima, los cabrones de Doe Run siguen pidiendo aplazamientos para cumplir con sus compromisos ambientales. Y una chusma casi irlandesa saca la cara por Doe Run y bloquea carreteras exigiendo que el gobierno vuelva a ceder ante la empresa que los ha comprado.

Seattle tenía razón cuando escribió:

“Sabemos que si no os la vendemos vendrá el hombre blanco y se apoderará de nuestra Tierra”.

La Oroya necesitaba a un Seattle y tiene miles de felipillos. El Perú necesitaba a un socialdemócrata y tuvo, rebrotado, a Alan García. García habría mandado encarcelar a Seattle. Para gloria redundante de Seattle.


LA PRIMERA

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