28.1.10

Antes Chile que Piérola

Martín Santivánez Vivanco
OPINIÓN



La derecha peruana, aunque triunfe, está condenada al fracaso.

Naufraga en pequeños apetitos, encalla en medianos complejos y se hunde, necia, en los graves errores de un manual electoral. Desprecia el ejemplo de sus pares globales y rechaza articularse en un gran partido, modernizar su ideología y convertirse, por fin, en la derecha popular que todo país serio necesita. La derecha peruana no cree en la tradición. Es incapaz de encarnar alguna.

Por eso, Unidad Nacional nació agonizante. Las uniones torcidas, entregadas a móviles coyunturales y oportunistas, están condenadas a desvanecerse en cuanto uno de los socios toma conciencia de su poder. La derecha peruana tiene que poner fin a la política de frentes.

O forjamos un partido que aglutine o habrá guerra civil hasta el triunfo de una facción. Estamos inmersos, locamente, en una competencia innecesaria que debilita la unidad de la derecha y fortalece opciones radicales y abiertamente corruptas. El Perú necesita una gran coalición con visos de permanencia que mantenga la estabilidad económica, mientras nos lanzamos en pos de las conquistas que reclama el pueblo: la cruzada contra la pobreza, la revolución educativa y el triunfo total sobre la corrupción. El caudillismo, el liderazgo en solitario, y la farsa de sentirse "el elegido" son los caminos más cortos para una presidencia fallida, mediocre.

Los únicos beneficiados con la división de la derecha son los crápulas que alimentan las bajas pasiones facciosas. Nunca faltan los asesores primitivos, los operadores de medio pelo, los lobbistas insignificantes y los cortesanos acomplejados que consideran que el mundo se acaba en el terciopelo de su fronda aristocrática. Hay en la derecha peruana personajes vampirescos que viven de la sangre ajena, azuzan la discordia y ensanchan las heridas. Son capaces de inmolar a su candidato por una curul en el Congreso, prefieren la victoria del fujimorismo porcino o el triunfo del humalismo radical antes que su gemelo ideológico, su rival en el partido, o su antiguo hermano de fe, se alce con el poder. Pertenecen, por espíritu, a esa casta rabiosamente cobarde que se rasgaba las vestiduras clamando, mientras la patria se hundía: "Antes Chile que Piérola". Con estas víboras, ni a la esquina.

Hoy, todos aplauden la osadía de Castañeda, su valentía apañada por las encuestas, su pretendido don de clarividencia. Sin embargo, es pésimo para el país que nuestros líderes no aprendan a deponer egos y egoísmos y se lancen en pos de la construcción de un movimiento popular, moderno, libre, respetuoso de la autoridad, orgulloso de la tradición y fundado en valores perennes, capaz de decisiones estratégicas, firmes y audaces. Por ahora, sobre este sueño inconcluso, ha triunfado la baba infecunda de la politiquería mañosa. Por ahora. Simplemente por ahora.



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