22.1.10

Editorial

La gran tragedia haitiana
El devastador terremoto de Haití nos ha recordado una vez más que vivimos en una región altamente sísmica y que ello nos obliga a dos cosas: estar siempre alertas y ser siempre solidarios.

Es, por cierto, crítico y penoso que la naturaleza se haya ensañado con el país más pobre de nuestro subcontinente. A sus carencias seculares debe sumar ahora el colosal estrago de una tragedia de dimensiones apocalípticas. Toda una ciudad, su capital, literalmente en ruinas, con decenas de miles de muertos y centenares de miles de damnificados, con sus servicios públicos colapsados y casi sin capacidad de respuesta ante la emergencia. Las increíbles paradojas del destino. Una ciudad de nombre real, Puerto Príncipe, en donde reinaban la pobreza y el atraso, debe ahora afrontar el drama de la destrucción casi total de su infraestructura urbana. Tres millones de habitantes sin ciudad donde vivir.

El mundo y, en especial, América Latina deben acudir en apoyo de Haití. Los países y las organizaciones se están movilizando pero es menester ordenar y racionalizar esa solidaria concurrencia, para que la ayuda sea eficiente y resuelva problemas en vez de crearlos. En ese sentido, el Perú está tratando, previas coordinaciones con las entidades especializadas de Naciones Unidas y la Organización Panamericana de la Salud, de llevar la asistencia que sea de máxima utilidad en estos dramáticos momentos. Alimentos, medicinas, módulos para asistencia en salud, así como brigadistas y personal experto en rescates, forman parte de la delegación y el material que han sido trasladados hasta Puerto Príncipe con el primer ministro Javier Velásquez Quesquén a la cabeza en muestra de expresión de solidaridad del gobierno y pueblo peruanos con la castigada nación caribeña.

El Perú sabe bien lo que son los desastres telúricos. Cada vez que los hemos tenido, como en el reciente 2007 en Pisco e Ica, hemos recibido el apoyo de los países y de las instituciones internacionales. Por eso mismo, ahora que la tragedia se cierne sobre Haití, debemos, por gratitud y consecuencia, estar presentes.

Pero, además, la catástrofe de Puerto Príncipe necesita estimular la permanente mejora de nuestros sistemas de defensa civil y de prevención. Estar preparados para emergencias naturales es una obligación que no debemos descuidar un solo momento porque puede ser que ese momento se produzca el embate y de la manera cómo nos hemos organizado para enfrentarlo dependerá el mayor o menor impacto en vidas humanas y daños materiales.

Estamos con Haití en esta hora de duelo y de ruinas. Acompañémosla, en la medida de nuestras posibilidades y recursos, en la reconstrucción de su ciudad capital, abatida por el infortunio.


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