23.1.10

GCU (Gente Como Uno)

Uri Ben Schmuel
uribs@larazon.com.pe


Una vergüenza las últimas declaraciones de Javier Pérez de Cuéllar a Caretas (“Keiko Fujimori no puede tener mis simpatías porque tiene un nombre que no prestigia al país”). Cómo se nota que respira por la herida debido a que cuando participó en las elecciones presidenciales de 1995 –lo cual califica de “un error y una gran ingenuidad”– obtuvo 22% y Alberto Fujimori barrió con 64 por ciento.
Con razón, en un rapto de sinceridad, comenta en la entrevista de marras que “es el único presidente con el cual mantengo una total distancia, no me es grato su recuerdo”. Por supuesto que es un recuerdo ingrato. A nadie le gusta perder por goleada. Menos mal que tuvo el tino de no decir que hubo fraude. Ni siquiera en la Venezuela de Chávez se podría montar uno con cifras tan dispares como las que arrojaron esos comicios.


Lo peor de todo es que los viscerales comentarios –en la antípoda de las reflexiones que le escuchamos apenas días antes, al ser homenajeado por sus noventa años de vida– muestran el feo rostro del racismo. Y no solo porque en el fondo Pérez de Cuéllar comparte el pensamiento de Fernando Belaunde Terry, a quien considera el mejor presidente que ha tenido el país, respecto a que los japoneses en el Perú solo sirven para peluqueros (¡eso dijo el “patricio” FBT en 1990, entre la primera y segunda vuelta!; quien esto escribe recuerda haberlo leído, negro sobre blanco, en El Comercio).

No, Pérez de Cuéllar va más allá que su ídolo y afirma, suelto de huesos, que si Keiko Fujimori tiene posibilidades electorales es porque existe en el país una pobre educación cívica. “La gente se deja llevar por la construcción de una carretera, por una facilidad que se le dio a un pueblo”, opina. Qué pena que un hombre que sirvió al país como diplomático durante seis décadas tenga tan pobre concepto de sus compatriotas. Y que además sea mezquino con un mandatario que, le pese a quien le pese, derrotó el terrorismo, acabó con la hiperinflación, modernizó la economía y firmó la paz con Ecuador.

Pero, claro, a Pérez de Cuéllar, igual que a cierta elite criolla, le duele que esas cosas no las hicieran “gentes decentes”, “gentes de apellido”, “gentes como uno”, sino un peruano de primera generación que se atrevió a salir de la peluquería. Y jamás se lo van a perdonar. Antes los chilenos que un “chino”.


LA RAZON

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