17.9.09

Nuestro duelo es igualito a un extenso dolor

Una vez visitamos, Marcela y yo, a Juan Almeida. Compartimos largo rato. Nuestra hija Camila, entonces de cuatro años, participó en la plática. Juan le obsequió lapiceros, ternuras y cuadernos. En uno de ellos Camila escribió: “camilaijuanseisieronamigo”. Juan le recomendó a Camila ser solidaria y valiente. Desde entonces, creo, fuimos como hermanos.

Al nacer nuestros gemelos le pusimos Juan a uno de ellos como modesto homenaje al cronista, al compositor de canciones de amor, al irreprochable y amado comandante de la revolución cubana, al hombre que dijo durante el desembarco del Granma: “Aquí no se rinde nadie, cojones”. Juan, antes de ser héroe, fue albañil. La modestia y la lealtad y la rectitud de Juan Almeida fueron luminosas.

Cuando a nuestro hijo Sebastián le diagnosticaron autismo, se lo contó a Fidel, nos invitó a Cuba, nos visitó junto con su esposa Berta, su interés se agitaba como cuerdas de guitarra.

Imagino los sentimientos de Fidel, de Raúl, de Ramiro, de Guillermo, de Berta, del pueblo cubano, de todos los suyos. Todos lo saben: Juan Almeida es, también, de los muertos que nunca mueren.

Marcela y yo lloramos su partida, compartimos el duelo de tantos que será serio, igualito a un extenso dolor.

LA PRIMERA

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