26.5.09

¿Cuándo se jodió Marito?

Uri Ben Schmuel
uribs@larazon.com.pe


La última boutade de Mario Vargas Llosa –dijo en una entrevista por TV que una eventual segunda vuelta entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori sería como elegir entre el SIDA y el cáncer terminal– ha merecido airadas réplicas de voceros de ambas corrientes, entre ellos Mekler y Raffo.
Pero ni ellos, ni ninguno de los otros que han salido al frente a replicarle se ha hecho la pregunta clave, que bien podría parafrasear a la que soltó Zavalita en su conversación en el bar La Catedral: ¿cuándo se jodió el escritor?

Pues cuando se metió en política. La gesta de Vargas Llosa en el movimiento Libertad contra la más grande metida de pata de Alan García en su primer gobierno –la estatización de la banca– terminó convirtiéndose en una aventura electoral plagada de errores descomunales.

No solo se dejó rodear por los partidos tradicionales –AP y el PPC– con los que se suponía iba a marcar la diferencia, sino que se dedicó a insultar con ventilador (“cacasenos” y otras perlas), a agredir a los empleados públicos con el tristemente célebre spot del monito meón y, en fin, a desarrollar un tipo de campaña que quizá hubiera calado en Suiza, pero no en nuestro país.


Y además no solo recibió el abrazo del oso de Belaúnde y Bedoya sino también del primado de esa época, que lo fue a visitar escondido en la maletera de un automóvil. Y que sacó a pasear la venerada imagen del Señor de los Milagros en fecha insólita, como manera de protestar ante el apoyo evangelista a ese chinito desconocido que de un día a otro superó a Vargas Llosa en los sondeos. Y hasta ahora recordamos, con vergüenza ajena, cómo en la revista Newsweek publicaron un artículo en el que narraban que las señoras de sociedad, fanáticas de Marito, como lo llamaban, colocaban fotos de Fujimori en vasos con agua helada para “congelar” su candidatura.

Con todo eso se jodió Vargas Llosa. Se convirtió en un personaje de Rafo León, en una china Tudela en versión masculina. Y no hay nada más demoledor y corrosivo que el ridículo para un político o aspirante a serlo.

Por cierto, Vargas Llosa nunca le perdonó a Fujimori la derrota. Y desde entonces respira por la herida. Su visión elitista le impide entender las razones por las que vastos sectores de la población apoyan a Keiko o a Ollanta. Para Vargas Llosa son apenas un rebaño, una recua de brutos. Mejor que se calle y siga escribiendo, que así quizá algún día, si se porta bien, le den el Nobel de Literatura (aunque hay otros escritores peruanos mucho mejores, entre ellos el recordado Ribeyro y nuestro favorito, Gregorio Martínez).

- Mientras escribíamos esta columna, nos enteramos que Álvaro Vargas Llosa fue retenido un par de horas en el aeropuerto de Caracas y luego se le advirtió que no podía hacer declaraciones políticas durante su estadía en Venezuela. La detención merece nuestra protesta. La prohibición de meter su cuchara en política llanera, no tanto. Con Chávez no simpatizamos ni un ápice, pero francamente solo en nuestro país, donde somos demasiado “buena gente”, se permite que venga un extranjero a pontificar y despotricar sobre asuntos internos con total impunidad. Está bien ser manso pero no menso.


LA RAZON

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