25.5.09

Prensa y libertad

Globovisión, la televisora privada que encabeza la oposición a Hugo Chávez, tiene los días contados.

Anteanoche, un grupo de policías ha irrumpido en la casa del propietario de Globovisión para indagar por “una flota inexplicablemente grande de automóviles que estaba en un terreno vecino a la residencia”.

En efecto, 26 automóviles y camionetas Toyota flamantes estaban aparcados en un terreno anexo a la residencia de Guillermo Zuloaga, propietario de Globovisión. Lo que pasa es que Zuloaga es también dueño de la cadena de concesionarios de Toyota en Venezuela.

El allanamiento, ejecutado por 50 policías y fiscales, es un paso más del chavismo en su política de arrasar con la oposición. Globovisión tiene abiertos 21 procesos penales y 12 expedientes administrativos incoados por el gobierno de Hugo Chávez desde el año 2001.

Mientras eso ocurre en Venezuela, en Chile se sigue comentando la aparición del libro “El Diario de Agustín”, un estudio sobre cinco casos en los que “El Mercurio”, el decano de la prensa chilena, demostró sus miserias más abyectas durante el régimen de Pinochet.

El primer caso trata del llamado “Plan Z”, la patraña con la que “El Mercurio” trató de justificar el carácter sanguinario del golpe de Estado de 1973.

El Plan Z, que jamás existió, salió del cerebro de la familia Edwards, propietaria del periódico, y novelaba toda una conspiración marxista para asesinar a los altos mandos de las Fuerzas Armadas, dar un golpe de Estado e instaurar un régimen “de dictadura del proletariado”.

Un segundo caso fue la “Operación Colombo”, que trató de convertir el vil asesinato de 119 opositores de izquierda en “una refriega entre marxistas” ocurrida en Argentina. “El Mercurio” prestó logotipo, redactores, crónicas fraguadas, editoriales indignados con el propósito de que sus lectores creyeran la farsa urdida por la Dirección de Inteligencia, entidad que operaba Manuel Contreras y dirigía Augusto Pinochet.

La “Operación Colombo” fue parte de un plan más vasto de encubrimientos criminales. Ese plan se llamó “Operación Cóndor” y se extendió a varios países de América, incluyendo el Perú. “El Mercurio” fue protagonista indiscutido de la trama.

Un cuarto caso examinado en el libro es el de “los desaparecidos de Lonquén”, una ciudad al sur de Santiago.

Cuando alguien halló, en diciembre de 1978, quince cadáveres en dos hornos industriales abandonados “El Mercurio” salió a decir lo que los asesinos uniformados al servicio de Pinochet le aconsejaron decir: que esos quince muertos habían caído en una de aquellas “luchas fratricidas” que el marxismo desató desde 1973.

Al final, para vergüenza eterna de “El Mercurio” y de sus mierdosos amos, las autoridades judiciales y los especialistas en medicina forense determinarían que esos quince cadáveres pertenecían a un grupo de izquierdistas detenidos por Carabineros en octubre

de 1973.

Y el último caso del libro es el más repugnante, el que retrata con los colores más vivos y los hedores más fuertes a la familia Edwards. Es el caso del funcionario diplomático español Carmelo Soria, torturado y asesinado por la policía política de Pinochet.

Soria, que había sido asesinado en una de las sedes de la Dina, fue metido en un carro, rociado con pisco y hundido a medias en las aguas del río Mapocho.

“El Mercurio” se prestó a la nueva canallada y, en ediciones sucesivas, hizo la crónica de este español “alcohólico” que había perdido el control de su vehículo y que estaba “muy deprimido por la supuesta infidelidad de su esposa”. La verdad, revelada después del Gran Terror, volvió a sacudir los cimientos de “El Mercurio”.

De modo que cuando hablamos de libertad de prensa debemos de tener mucho cuidado.

Como los Edwards lo han demostrado, la naturaleza de la propiedad de los medios no garantiza la libre expresión.

Hay prensa en manos privadas tan indigna como cualquier pasquín estalinista, tan indecente como cualquier prensa al servicio incondicional de una dictadura.

Y hay gente que se dice de izquierda y que está dispuesta a cualquier enjuague con tal de medrar.

Porque las pistas que conducen a García y a Kouri también apuntan a ciertos farsantes.

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