28.5.09

Par-tidos

Por: Luis Solari de la Fuente

El siglo XX tuvo un nefasto protagonista: el desprecio por la vida. Desde las pilas de cadáveres de perseguidos en el Holocausto judío, hasta las incontables fosas con exterminados por dictaduras y también por “democracias”; desde la legalización de la eutanasia de seres humanos “inservibles”, hasta el congelamiento de seres humanos en la fase más temprana de su vida. Todas estas barbaridades fueron dispuestas por la autoridad pública. Mejor dicho, por utilitaristas convertidos en autoridad.

Utilitarista es aquel que se sirve de los demás; aquel que convertido en autoridad se sirve del cargo para fines personales o grupales. En su expresión más perversa, considera inservibles a los que no le son útiles; entonces, fácil le es deshacerse de ellos.

Ahí está en las encuestas nuestra preocupación por la corrupción. ¡Utilitaristas aprovechándose del cargo para enriquecerse! ¿Ha escuchado de algún dictador que no sea corrupto? Imposible, le es consustancial.

¿Utilitarista y justo? Imposible, son conductas opuestas. Tremendo riesgo corren los pobres de cualquier país si la autoridad cae en manos de utilitaristas. En cualquier institución se comportarán igual. ¿Cómo sería un partido político plagado de utilitarismo? Obviamente, dirigido por una cúpula. Por supuesto, vertical. Con seguridad, centralista, con el poder concentrado hacia la capital.

Ese esquema partidario requiere de caciques territoriales, que no son creados por sí mismos, sino que son erigidos por los dirigentes nacionales, para mantener los territorios adeptos. Esto les es indispensable, pues en los sistemas cupulares la conducción no se basa en la propia organización —menos en el ascendiente hacia los dirigidos—, sino más en redes de operadores.

Estos partidos están realmente “par-tidos” en dos, tres o equis facciones, que corresponden a los “ejércitos” de los miembros de la cúpula, que inevitablemente entrarán periódicamente en “guerra” por el control del partido. Cualquier organización que viva con estas dinámicas, está destinada a la extinción. Solo es cuestión de tiempo.

Un partido político es, ante todo, un vehículo institucional de expresión social de la ciudadanía que ocupa un territorio. Para un utilitarista será tan solo un vehículo electoral, por lo que la presencia territorial del partido dependerá más de la temporada de elecciones, que de una visión de fuerza social articulada y nacional. El siglo XXI debiera ser el tiempo de la centralidad de la persona. No más izquierdas ni derechas, sino quién está a favor de la gente o quién pretende utilizarla. En la vida pública, quién claramente sirve a los demás y quién se sirve de ellos.

En esta dimensión antropocéntrica, un verdadero partido político tendría conducción basada en el ascendiente, lo que automáticamente lo haría horizontal, como sinónimo de igualitario. Por supuesto, descentralizado, con distribución equitativa del poder en el órgano máximo o Congreso nacional.

¡Sin caciques! Suprimiendo los macroterritorios como jurisdicciones partidarias y asignando a cada provincia un secretario/delegado, para evitar que el poder se concentre demográficamente hacia las provincias urbanas, que son solo 50.

Este sistema organizacional contiene mecanismos de regulación que reducen los riesgos de apropiación de las decisiones por las cúpulas, restringen la creación de “ejércitos” personales, y dan a los territorios más pobres presencia igualitaria con relación a los más productivos.

En un partido de auténtica visión humanista y democrática, uno de sus principales costos sería sostener el aparato partidario en los territorios donde viven los olvidados, los que no tienen voz, para que la tengan.

Ahora, puede usar usted esta guía breve para evaluar a las organizaciones políticas que tiene a la vista, así como también a las que vendrán, y le será más fácil establecer cuáles son partidos y cuáles están “par-tidos”, dónde prevalecen los principios y dónde pugnan los intereses.

Ex primer ministro 2002-2003


EL COMERCIO

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