28.5.09

La otra fiebre electoral

LA INDISPENSABLE PARTICIPACIÓN DE LA ONPE Y DEL JNE

Por: Percy Medina

Este es un año de elecciones al interior de varios partidos políticos. El Apra acaba de realizar comicios para renovar a sus secretarios provinciales y distritales. Más adelante hará lo propio con su secretario general. Acción Popular elegirá este sábado a su presidente y vicepresidente, y en agosto a un nuevo secretario general y a sus dirigentes subnacionales. El Partido Nacionalista tendrá elecciones internas en setiembre, y Somos Perú, en octubre.

Esta aparente fiebre electoral, sin embargo, se desarrolla en medio de un sistema de partidos sin una auténtica cultura de democracia interna. No ha sido usual que los partidos designen a sus dirigentes y candidatos mediante elecciones que cumplan los estándares básicos de limpieza y probidad. Cuando los partidos han realizado procesos electorales, salvo excepciones, estos han sido solo referenciales para elaborar las listas o han servido para confirmar liderazgos naturales, pero no para decidir en sentido estricto.

En el 2003 la ley de partidos introdujo para estas organizaciones la obligación de elegir democráticamente tanto a sus candidatos como a sus dirigentes en todos los niveles. Señaló también por primera vez que estas elecciones estarían a cargo de un órgano colegiado interno que funcionaría con autonomía de las dirigencias. Es un importantísimo avance, sin duda, pero se quedó corto al dar a la ONPE un papel impreciso, pues depende de cada partido llamarla o no a participar en sus elecciones. Una reforma urgente de la ley para hacer obligatoria la participación de la ONPE y del JNE introduciría mayores garantías en dichos procesos y ayudaría a resguardar los derechos de los afiliados. Esta participación, por cierto, no sería para inmiscuirse en asuntos partidarios, como algunos temen, sino para garantizar precisamente el cumplimiento de las normas internas, así como la autonomía y eficacia del órgano electoral del partido.

De otro lado, distintos estudios de opinión muestran la desconfianza de los ciudadanos en los partidos y señalan que uno de los elementos de esa desconfianza es la ausencia de democracia interna. Reconstruir la relación con la gente pasa, entonces, por variar también la forma como se toman las decisiones en las organizaciones políticas. Un partido no puede ofrecer un gobierno democrático si no decide democráticamente sus asuntos internos. Los votantes y los propios afiliados serán cada vez más exigentes con esto.

Por lo tanto, un partido no puede excluirse del esfuerzo de intentar organizar elecciones confiables y competitivas. Pero debe también cuidarse de los peligros que podría traer la competencia interna mal procesada. Nada puede debilitar más una organización política que fracturarse internamente antes de una elección. Garantizar que a nadie le van a hacer trampa ayuda a evitar conflictos, pero se requiere también capacidad para llegar a acuerdos, reglas claras que promuevan salidas flexibles e inclusivas, y, sobre todo, una renovación importante de la cultura política de dirigentes y afiliados. Esa nueva cultura política supone valorar la diversidad, ser generoso con el adversario, incluir a quienes tienen menos oportunidades y anteponer la apuesta colectiva a los intereses personales de corto plazo. Solo si eso ocurre la democracia interna fortalecerá los partidos. Si no fuera así, las elecciones internas no harán sino desnudar su precariedad.

Secretario general de Transparencia

EL COMERCIO

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