26.5.09

Los dados cargados

ADIÓS A LA POLÍTICA ECONÓMICA TRAS BAMBALINAS

Por: Francisco Durand Sociólogo

La transparencia en materia de política económica es un objetivo deseado y no cumplido. Nos indica que estamos frente a una democracia de baja intensidad. Votamos por candidatos y programas, y después, sin un debate abierto y general, participativo, el ganador introduce cambios legales que sorprenden al país, incluso a los ricos.

Podemos constatar que en las últimas décadas se han introducido reformas económicas de distinto signo por la puerta trasera. Podrán algunos pensar que exagero o que escojo ciertos hechos aislados para presentar maliciosamente un argumento. No es así. Basta un recuento histórico para darse cuenta de que ningún presidente presentó como parte de su programa económico las reformas que luego introdujo sorpresivamente desde arriba. Es un patrón de comportamiento que alimenta la violencia.

Fernando Belaunde empezó en 1980 las reformas neoliberales sin haberlas anunciado, aunque luego terminó abandonándolas en 1984. Alan García fue inicialmente consistente con su retórica populista en 1985, pero prometió no expropiar la banca y luego intentó precisamente eso en 1987. El único candidato que anunció lo que se proponía fue Mario Vargas Llosa. Sintomáticamente, perdió las elecciones de 1990.

Alberto Fujimori llegó al poder con el apoyo del Apra y la izquierda recurriendo a un discurso tan neutro como enigmático (“honradez, tecnología y trabajo”) y luego introdujo en varias oleadas las grandes reformas de mercado basado en el decretismo y el golpismo. Primero, se aprobaron los paquetes de medidas como poderes extraordinarios concedidos al Ejecutivo y luego del golpe de 1992 como decretos autoritarios.

En esa época, medidas fiscalmente onerosas como el D.S. 120-94-EF salieron del Ejecutivo a pesar de la oposición de los tributaristas del MEF y Sunat. La norma era “temporal”, pero extendida hasta 1998 con autorización del Congreso, sin que los congresistas supieran por qué votaban. El Ejecutivo —viejo hábito— no informaba el desangre tributario que ocasionaba.

El presidente Alejandro Toledo prometió un “fujimorismo sin Fujimori” y fue más consistente. Se abocó a poner la economía reformada por el ingeniero desde 1990 en piloto automático, declarándola intocable, aunque el “arequipazo” del 2002 lo obligó a paralizar las privatizaciones cuando se inauguran estos métodos modernos de protesta para cambiar normas. Luego se aprobó el tratado de libre comercio (TLC) con EE.UU. en la última noche de la legislatura del 2006. El Ejecutivo y la alianza que lo promovía no se atrevieron a una discusión final informada y pausada.

El Apra, en un indicio de lo que se veía venir y contraviniendo la retórica de la campaña, votó a favor del TLC. Una vez firmado, el Congreso volvió a otorgarle al Ejecutivo poderes extraordinarios para “armonizar las políticas”. De allí salieron los decretos que han suscitado el actual conflicto con los nativos amazónicos.

En suma, las grandes reformas económicas se hacen sin el debido debate. No entran por la puerta grande y a la vista de todos, sino por la falsa y en la oscuridad de la noche. Es un juego de dados cargados que debe cambiar.

EL COMERCIO

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