29.5.09

Vargas Llosa, el gran salmón

Una de las primeras obras que leí de Mario Vargas Llosa fue "La ciudad y los perros", un relato descarnado de los famosos colegios militares a donde algunos despistados padres llevan a sus díscolos o amanerados hijos para que aprendan a ser hombres; normalmente ocurre al revés. Luego otro relato de la vil historia peruana de dictadores y de frustraciones estudiantiles fue "Conversación en la Catedral", recuento de todo lo que el Perú había sufrido con la Dictadura Odriista. Luego embelezó su estilo literario con la frase célebre ¿En qué momento se jodió el Perú?...

Luego fantasió a miles con "La guerra del fin del mundo", episodio que encabezó el fanático religioso Antonio "El Conselheiro". La lucha entre la naciente República Brasileña y los rezagos casi tanatológicos del virreinato. Pero Varguitas estuvo también con sus locas investigaciones y casi mostrándonos un futuro gris cuando relató el "Lituma en los Andes", la génesis de la ola marxista-terrorista y lo que podría esperar el Perú de tal desdichada ideología si llegara a ser gobierno.

Pero, lo que más me sacudió fue el relato de otra siniestra dictadura en "La fiesta del chivo". Las atrocidades del dictador Trujillo eran parte del infierno: torturaba y mataba a los hijos de sus opositores para luego obligarles a comérselos. Demostraba que los zátrapas de chompas, polos o camisas rojas son iguales.

Mario nos hace un relato completo de toda la última mitad del siglo pasado, con "Las travesuras de la niña mala", de un devoto amor de la juventud, no correspondido como se quería pero que todo lo soporta y que sigue perdurable; hasta que en el ocaso de la existencia lo recompensa. Sin embargo el relato de la génesis del socialismo utópico y la presencia de la primera feminista Flora Tristán y la erupción volcánica que produjo en Arequipa, al publicarse "Memorias de una paria", fue inspiración para "El paraíso en la otra esquina" donde describe la azarosa vida de Gauguin y su tiempo.

Sin lugar a dudas es el peruano más prestigioso de éstos tiempos, aunque por avatares del destino y su trajín nada grato por la política nacional lo empujó a nacionalizarse español.

Pero su mérito mayor radica en que pudo alzarse por encima de la supuesta teoría de que si uno no es marxista no puede llamarse intelectual. Vargas Llosa mandó al tacho a esa boba teoría y, cual salmón contra la corriente, se declaró liberal en su concepción económica y política.

Esto desató las iras de los comunistas; no podían creerlo, por eso fue condenado , se convirtió en el enemigo mayor, en el gran tiburón que había que cazar. Fracasaron en su intento, la ideología liberal de Mario Vargas Llosa sirvió más bien como una admonición de la caída de todos los muros marxistas. Por eso le temen, por eso lo odian. La palabra siempre estará sobre las botas y sobre los trapos rojos.

Ahora, haciendo honor a sus memorias y recordando que hacer política es un ejercicio de veracidad y no de demagogia, tal como lo hizo en su fallida postulación a la presidencia en 1990, se presenta hoy en ese saco de víboras venezolanas, entre despistados marxistas, maoístas incultos, prepotencia militar y el orangután Hugo Chávez.

Vargas Llosa se ha presentado como la espada libre y solitaria pero igual de filosa y temible en la mata de las gárgolas chavistas. Y bastó su presencia para que tiemblen cual decrépitas viejas, como si él tuviera balas, como si fuera un terrorista.

Cuanta razón se tiene al decir que la palabra vale más que la espada y que el verbo creador está por encima de las balas asesinas. Pero, por más que traten de incomodarlo, Vargas Llosa está encima de las dictaduras.

Hoy tiene un galardón más: enfrentar al mono con metralleta en su propia selva. Bien vale que nos obsequie otra novela que grafique esta última experiencia, la podría titular "La guerra del fín del mono".

CORREO

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