26.11.08

Nuestras tres guerras

El encono entre Woodman y Burga es irracional porque coquetea con la desafiliación como meta y tiene en la terquedad el método para ejecutarlo

Por: Abelardo Sánchez León

El Perú ha tenido tres tipos de guerra: la externa, la interna y la intestina. De la primera quedan algunos héroes muy mal heridos, de la segunda una Comisión de la Verdad y Reconciliación que algunos intolerantes intentan hacer trizas, y de la tercera un lío que se parece en mucho al cuento de Julio Ramón Ribeyro que alude a las querellas en una vieja quinta: la disputa entre Woodman y Burga. Producimos guerras para todos los gustos, a tal punto que hemos acuñado una frase célebre: "El peor enemigo de un peruano es otro peruano", y Tongo, nuestro nuevo Vallejo, le ha puesto letra: "Sufre, peruano, sufre".


La guerra intestina es una variante de la guerra interna. Digamos que es una profundización radical. Es una confrontación que tiene lugar en las vísceras, en las entrañas, en nuestro propio estómago y tiene como fin último aterrizar en el fondo del abismo. El encono que existe entre Woodman y Burga es irracional porque coquetea con la desafiliación como única meta y tiene en la terquedad el método certero para ejecutarlo. Todos sabemos que nuestro fútbol es motivo de chanza en el continente. Que somos la burla. Que damos lástima. Justamente por eso mucha gente considera que es tiempo de enterrarlo vía la desafiliación. ¿Pero qué haríamos sin fútbol, sin ese opio maravilloso, ese circo mediático, si le decimos chau al mundo deportivo internacional, aunque nos humillen con tremendas goleadas? Woodman debería dedicarse a las otras disciplinas tan abandonadas en el país y dejarle a Burga la seria tarea de convertir a los clubes en sociedades anónimas y dejen, así, de ser las chacras de unos pésimos dirigentes que si están allí es exclusivamente por negocio personal.


En tiempos de la globalización y del APEC, pretendemos hacer el esfuerzo para salir de ese atolladero existencial que es la guerra intestina y que tiene en la falta de identidad su tronco central. Todos tenemos una manera curiosa de ser peruano. Una mesa típica en algún seminario, sin duda, sería: "Perú: pasado colonial, desarrollo cero". A diferencia de Chile, por ejemplo, con cuál otro país podríamos compararnos, pues si ellos organizaran un seminario serían mucho más tecnocráticos: "Chile: del crecimiento sostenido al despegue infinito". Que nada nos extrañe, entonces, que Vallejo corresponda a nuestro ethos y Neruda al suyo; que nuestro vate máximo sea triste, depresivo y genial; y el de ellos, gordo, exuberante y expansivo.

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