29.11.08

Obama y el espíritu reformista de EE.UU.

Estados Unidos, como toda superpotencia, ha cometido excesos, trágicos errores e, incluso, acciones criminales y, sin embargo –como afirma el filósofo francés Bernard-Henri Lévy–, “los norteamericanos han sido, a lo largo de su historia, infinitamente menos colonizadores que los ingleses, los franceses o, desde luego, los rusos”.

Reconocidos los defectos de los EE.UU., la elección de un hombre de color para la presidencia de ese país es propicia para conocer que esta confederación de estados nació con una institucionalidad que sigue intacta gracias a la sapiencia de sus fundadores, que nunca ambicionaron revoluciones sino reformas basadas en debates y consensos.

Esta es la esencia del modelo político norteamericano y la identidad del país que no se basa en una noción geográfica ni en un pasado común, y mucho menos en la religión, sino en una “idea de querer ser” que ellos denominan el 'American Dream’ y que trata de aspirar a sueños de igualdad, de oportunidades, de tolerancia, sin distinciones de ningún tipo.

El triunfo de Barack Obama es quizá el más emblemático de los muchos ejemplos que demuestran cómo la sociedad norteamericana, lentamente, impone lo que su constitución manifiesta como “ese ideal siempre perfectible”, pero nunca totalmente factible porque, si no, dejaría de ser un ideal.

El acceso de un afroamericano al puesto de mayor poder de los EE.UU. se inicia con la proclama de emancipación de esclavos por parte de Lincoln, lo cual condujo a la única guerra civil de su historia, que culminó con el triunfo de los estados progresistas sobre los racistas. Sin embargo, este fue solo el comienzo de un largo y doloroso proceso de evolución pleno en sucesos que, en su momento, parecieron anecdóticos, pero en conjunto se transformaron en una ola de cambio que traería a la palestra pública a hombres como Martin Luther King y muchos anónimos protagonistas del Movimiento por los Derechos Civiles de EE.UU. Un ejemplo lo dio John McCain al señalar la dimensión histórica de la victoria de su rival, recordando un episodio de 1901 ,cuando el presidente Roosevelt invitó a cenar al educador y portavoz de la minoría negra sureña, Broker T.

Washington, en lo que fue un escándalo para casi toda la élite política de la época, que no toleraba que un negro pisara la entonces blanquísima Casa Blanca.

Así, Obama llega al poder por medio de lo que los norteamericanos conocen como el progresismo, que desde comienzos del siglo XX se manifestó en forma de movimientos de reforma por los derechos del voto a la mujer, reforma del sistema económico que creó la Reserva Federal en 1913 (¡transformando al país en un capitalismo con regulación estatal!), así como la reforma de sindicatos y gremios de campesinos.

De esto se trata los EE.UU.: de lo que viene desde el poder, pero más de lo que viene de su sociedad, como todo lo que se desató un día de 1955, cuando una mujer negra, Rosa Parks, se negó a ceder su asiento del autobús a un hombre blanco; de los miles de hippies irreverentes que sacudieron la conciencia de su nación contra la Guerra de Vietnam; de sus medios de comunicación revelando el escándalo de Watergate y causando la caída de un presidente.

El triunfo de Obama está en estos precedentes, y también en el de los primeros afroamericanos que enfrentaron los prejuicios raciales –cada uno en su entorno–, como Jacky Robinson en el béisbol, Jesse Owens en el atletismo, Sydney Portier en Hollywood, hasta llegar a ver en los corredores del poder a gente como Jesse Jackson, Colin Powell y Condoleezza Rice.

Con todos sus defectos, el modelo estadounidense demuestra que no hace falta guillotinas, ni revoluciones que se traguen a sus hijos, ni dictaduras, ni ejecuciones sumarias, ni confrontaciones étnicas, para crear una sociedad que esté por encima de muchos de sus dirigentes de turno.
ARIEL SEGAL

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