Por MirKo Lauer
Quienes se dedican a destapar actos de corrupción parecen convencidos de que sus datos y argumentos harán la diferencia en la marcha futura de la política. Pero no siempre es así, pues el público tiene sus propias ideas sobre el asunto. Hay escándalos que producen seria desaprobación en las encuestas, y hay escándalos que son pasados por alto.
La familia Fujimori tiene acusaciones y sanciones que dejarían muy mal parado a cualquier otro combo político. Sin embargo logra la aprobación de una parte importante del electorado al que simplemente no le importa el tema, que no cree en las evidencias que circulan, o considera que el tema de la corrupción es muy secundario.
No es el único caso. Son muchas las personas en la escena pública con conductas evidentemente sancionables, pero que logran ir sorteando los dictados de la ley, y ganando en el proceso. A todos ellos la opinión pública les importa poco, entre otras cosas porque esta no es consistente, y podría aplaudirlos mañana por lo que hoy los critica.
La sensación es que el público automáticamente contrapesa las acusaciones de corrupción a su político amigo con una lista de méritos. Es la formula del ladrón que sin embargo hace obras a favor del pueblo, o la del planteamiento de que en el fondo todo el mundo hace lo mismo, o la contra-denuncia de que hay una conspiración.
La experiencia enseña que el pueblo, informal por necesidad en su mayoría, no es draconiano, sino leniente con la mayoría de los sindicados como corruptos. Acaso más leniente cuanto más encumbrado y distante el sindicado, quizás porque los delitos que ocurren más cerca de casa son los más comprensibles.
Un puñado de datos para manejarse en este terreno:
° Lo que no mata engorda. Nadie ha perdido puntos por ser reconocido como corrupto demostrado o pícaro consumado. Mientras la persona logre mantenerse fuera de la cárcel, todo es publicidad, y por tanto útil.
° Las figuras políticas no avanzan su ficha en virtud de su buena conducta en el manejo de la propiedad pública o privada, sino por su capacidad de caerle en gracia al público en todo momento.
° Al público le importa un pepino las credenciales democráticas de las figuras públicas, pero sí la capacidad que estas tienen de ir creando cuentos en los que la opinión pública puede participar.
° No hay un solo caso de político que haya terminado bien su carrera dedicándose a hacer notar las inconductas, delitos y crímenes reales o atribuidos de sus conciudadanos. No es considerado un Catón, sino un acusete.
° El público busca figuras honorables para luego disfrutar del espectáculo de un destape: la persona no era tan honorable como se nos decía. Lo cual es leído como otra batalla ganada contra las leyes, y no al revés.
Quienes se dedican a destapar actos de corrupción parecen convencidos de que sus datos y argumentos harán la diferencia en la marcha futura de la política. Pero no siempre es así, pues el público tiene sus propias ideas sobre el asunto. Hay escándalos que producen seria desaprobación en las encuestas, y hay escándalos que son pasados por alto.
La familia Fujimori tiene acusaciones y sanciones que dejarían muy mal parado a cualquier otro combo político. Sin embargo logra la aprobación de una parte importante del electorado al que simplemente no le importa el tema, que no cree en las evidencias que circulan, o considera que el tema de la corrupción es muy secundario.
No es el único caso. Son muchas las personas en la escena pública con conductas evidentemente sancionables, pero que logran ir sorteando los dictados de la ley, y ganando en el proceso. A todos ellos la opinión pública les importa poco, entre otras cosas porque esta no es consistente, y podría aplaudirlos mañana por lo que hoy los critica.
La sensación es que el público automáticamente contrapesa las acusaciones de corrupción a su político amigo con una lista de méritos. Es la formula del ladrón que sin embargo hace obras a favor del pueblo, o la del planteamiento de que en el fondo todo el mundo hace lo mismo, o la contra-denuncia de que hay una conspiración.
La experiencia enseña que el pueblo, informal por necesidad en su mayoría, no es draconiano, sino leniente con la mayoría de los sindicados como corruptos. Acaso más leniente cuanto más encumbrado y distante el sindicado, quizás porque los delitos que ocurren más cerca de casa son los más comprensibles.
Un puñado de datos para manejarse en este terreno:
° Lo que no mata engorda. Nadie ha perdido puntos por ser reconocido como corrupto demostrado o pícaro consumado. Mientras la persona logre mantenerse fuera de la cárcel, todo es publicidad, y por tanto útil.
° Las figuras políticas no avanzan su ficha en virtud de su buena conducta en el manejo de la propiedad pública o privada, sino por su capacidad de caerle en gracia al público en todo momento.
° Al público le importa un pepino las credenciales democráticas de las figuras públicas, pero sí la capacidad que estas tienen de ir creando cuentos en los que la opinión pública puede participar.
° No hay un solo caso de político que haya terminado bien su carrera dedicándose a hacer notar las inconductas, delitos y crímenes reales o atribuidos de sus conciudadanos. No es considerado un Catón, sino un acusete.
° El público busca figuras honorables para luego disfrutar del espectáculo de un destape: la persona no era tan honorable como se nos decía. Lo cual es leído como otra batalla ganada contra las leyes, y no al revés.
LA REPUBLICA
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