23.5.09

El presidente y su novia

¿SE ACABÓ LA LUNA DE MIEL CON LA CIUDADANÍA?

Por: Mario Roggero Ex diputado

Luego de descubrir su imagen en los soñadores ojos de su pueblo, finalmente el presidente asume el poder para vivir una intensa y corta luna de miel con su comunidad que de modo femenino se dispone a dejarse seducir por él.

El pueblo, cual doncella, cual dócil novia, se entrega a sus brazos, se pone a sus pies, lo mima, le teje coronas, lo deja cumplir su soñado papel de semidiós.

Muy pronto, envuelta en su misterio, la novia terminará por despojarse de su disfraz de amante caliente para exhibir su verdadera vocación de ausente.

El presidente se percata de que ha vivido una falsa ilusión cuando descubre, para su dolor y vergüenza, que la novia ya no se deja enamorar con facilidad, ni mucho menos, ser seducida a través de recursos trillados. El soberano descubre, en los albores de su reinado, la inmensa tristeza de saber que jamás será el héroe de una de esas múltiples ovaciones imaginadas en sus placenteras noches de insomnio.

Nunca más la novia se dejará deslumbrar por sus ardientes discursos. Nunca más los fuegos artificiales desplegarán destellos psicodélicos. Infeliz y desgraciado, el presidente sabe que ningún contorneo, ninguna pirueta, ninguna pose nueva, por más temeraria que sea, será capaz de calentar la tierra inerte de su amante. “Quita tus ojos de mí, que ya no me hechizan”, parece espetar la novia a su presidente.

“Ningún ofrecimiento fantasioso —y mucho menos los reales y posibles— me excitarán y me harán nuevamente tuya”.

Para afianzar su distancia, la novia dirá que se sintió traicionada y que eso le pasa por ser tan enamoradiza y por haberse entregado así; que no le hicieron el amor como ansiaba ni mucho menos como le prometieron; que, muy por el contrario, la vejaron y la abandonaron; que todos los hombres son iguales, unos canallas que no están a su altura.

Siendo sus quejas ciertas, también es verdad que al pueblo le cuesta mucho confiar. No hay amor que le venga bien. Lo cierto es que la novia no está dispuesta a hacerse querer. Vendrán nuevos pretendientes y todos se prenderán de la carnada del anzuelo de la novia para después ser arrojados a las profundidades del mar.

Aparte de los vedados recursos de los que se han valido sus distintos pretendientes para volverla frígida, es necesario destacar también el fatal destino de la novia para abandonar a su pretendiente hasta volverlo impotente. Una suerte de desafío imposible.

Queda claro entonces que solo cuando superemos con largueza el nivel de desconfianza que nos dispensemos unos a otros será posible construir en el Perú —más allá del desarrollo económico— una verdadera comunidad de intereses compartidos e inclusivos.

EL COMERCIO

No hay comentarios: