23.5.09

La persistencia del ombliguismo político

Por: Hugo Guerra

La necedad, la ignorancia y el autoritarismo, querido lector, son las motivaciones reales para que los politicastros hayan vuelto a rechazar la recreación de la bicameralidad parlamentaria.

Como ya se ha expuesto larga y detalladamente desde este diario, no es posible que 9 años después de terminado el nefasto fujimontesinismo siga vigente una Constitución que fue claramente diseñada e impuesta para tratar de perpetuar en el mando a la autocracia del ex presidente hoy encarcelado.

El camino de una asamblea constituyente paralela al Congreso no nos pareció correcto en época del presidente Alejandro Toledo y tampoco bajo el régimen actual, porque implicaría una tremenda amenaza para la propia gobernabilidad. Apostamos, en cambio, por la reforma progresiva de la Carta en gran medida espuria de 1993, sobre la base de trabajos muy bien desarrollados técnicamente y orientados por un incuestionable espíritu democrático, como el propuesto por el ex congresista Henry Pease.

Sin embargo, el ombliguismo de la mayor parte de los representantes —es decir el no mirar más allá de sus propios intereses personales y partidarios y el no tener capacidad siquiera de estudiar el caso constitucional— ha impedido que se avance en cuestiones medulares. Por ejemplo, la eliminación del voto preferencial y la restitución de la bicameralidad al modelo parlamentario peruano.

Respecto a lo primero, es increíble que se mantenga un sistema de designación de candidatos que incurre en el favorecimiento de las oligarquías y las cúpulas manipuladoras de los partidos, sin permitir el ascenso de los cuadros jóvenes que quizá son más modestos como para bancarse una campaña electoral, pero sí pueden aportar valor, conocimiento y sangre nueva a la política.

Entre tanto, nuestro país necesita con urgencia una segunda cámara congresal, un nuevo Senado, que sirva como cuerpo de reflexión legislativa, donde se revisen las iniciativas de los diputados y se le dé calidad a las leyes que se aprueban.

La Cámara Alta debe ser también el auténtico contrapeso congresal, en el cual incluso podrían participar aquellos que por su experiencia (como los ex presidentes democráticos) pueden contribuir a devolverle sensatez a los políticos más jóvenes e impetuosos.

Y los senadores serían los llamados, igualmente, a ampliar el número y la calidad de los representantes de la nación en un Estado endeble donde las instituciones son frágiles por sí mismas y por el embate de procesos de deconstrucción como el lanzado, precisamente, por quienes controlaron al país entre 1990 y el 2000.

Rechazar la creación del cuerpo senatorial es propio, pues, de quienes de un lado se guían por el criterio populachero de que supuestamente eso sería “muy caro” (lo cual no deja de ser una ironía viniendo de los bien llamados otorongos); y, del otro lado, de quienes tienen una visión autoritaria del poder. Y es que con solo una cámara como la actual, donde el desprestigio personal de muchos campea, siempre será más fácil que las corrientes antisistema de izquierda o derecha busquen doblegar la democracia.

EL COMERCIO

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