11.5.09

Política con la ouija

Por Augusto Álvarez Rodrich
alvarezrodrich@larepublica.com.pe

La pelea por la secretaría general del Apra.

La pugna intensa y creciente por la secretaría general del Apra es una expresión positiva porque refleja a un partido que está vivo, pero ¿su resultado concierne solo a los ‘compañeros’ o tiene relevancia en los extramuros del local de la Av. Alfonso Ugarte?

Su significado no es tan grande como el que se podría deducir de la cobertura del Canal 7, pero no puede pasar desapercibido que el Apra es el partido más importante del Perú –tuerto en país de ciegos– y que, además, está hoy en el poder.

Esta competencia sí tiene, por tanto, incidencia nacional, como lo acaba de hacer evidente el premier Yehude Simon al reiterar su queja de que el Apra no lo apoya como debiera.

Pero, a pesar de poseer una organización muy superior a la del resto, el Apra es un partido anticuado. Sirve para empujar candidaturas pero se desinfla como soporte a un gobierno y en la formulación de políticas públicas. Asimismo, su capacidad de representación e intermediación política es débil, lo que se refleja en que –como todos los partidos– el Apra es un espectador pasivo en la mayoría de conflictos sociales en el país.

El Apra es un partido arcaico hasta en el modo como debate la secretaría general. A veces parecen jugar a la ouija, adivinando respuestas a problemas presentes según lo que habría hecho Víctor Raúl Haya de la Torre ante un hecho similar.

Para los no apristas, el resultado es patético pues se los observa usando como argumento clave del debate la cita del discurso o libro de Haya, quien murió hace tres décadas y cuyo pensamiento es valioso pero dinámico, cambiante y, a veces, contradictorio. Peor aún es cuando la discusión la quieren ganar según quién conoció a Haya o quién le cargó los libros.

O, también, cuando el debate entre cuarentones y cincuentones lo pretenden decidir con la declaración de un nonagenario como Armando Villanueva que no apunta a la democratización del partido –‘un aprista, un voto’, como debería ser– sino a elecciones digitadas al zapatazo.

En este sentido, otra forma en que el Apra se proyecta como un partido arcaico es cuando debate con prepotencia –no de la cachiporra y la manopla, arte en el que también son diestros– para ganar en la mesa y no en la cancha de los votos.

Antes que por visiones estratégicas del futuro del partido, los apristas pelean por cuotas directivas pensando en su efecto en la próximas elecciones. Tal como lo hizo Alan García en 1982, cuando fue elegido secretario general a los 33 años, y consiguió jubilar a varias generaciones de ‘compañeros’ pero, principalmente, apropiarse del Apra hasta ahora, volviéndolo poco democrático pues ahí siempre se hace lo que él dice y quiere. Eso debiera cambiar en el Apra para modernizarse.

LA REPUBLICA

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