Fueron más las sombras que las luces las que quedaron al final, en relación con los vales de gasolina y los viáticos de los congresistas de la República. Ya bastantes papelones se han generado dentro de la representación nacional como para aguantar hoy otros malos entendidos y entuertos.
Sabemos que, secuencialmente, los llamados “padres de la patria” han ido reajustando sus sueldos, a veces sotto vocce; y también conocemos cómo los parlamentarios resultaron agregando a sus emolumentos los “gastos operativos”, por los cuales ayer no rindieron efectiva cuenta del uso total que hacían de los mismos.
Es duro aceptarlo, pero ciertos congresistas son ejemplos de esa mala costumbre nacional que suele complicar las cosas, y que busca hacer más complejos los trámites y las resoluciones. Lamentablemente a algunos les gusta complicarse la vida en medio de detalles burocráticos, de enredos de escritorio y además de salidas ambiguas que no abonan nada positivo a la necesaria claridad que debe rodear los actos públicos y principalmente de Estado. Si a través de una serie de gollerías actualmente los congresistas cuentan con un sueldo en su chequera y con un adicional presupuestal para sus viajes de representación, pues entonces a qué cuento vienen tantos vales, descuentos o convenios con empresas privadas, como las aerolíneas, generándose así dudas y murmullos sobre la debida transparencia del ingreso final que recibe cada parlamentario.
La Oficialía Mayor del Congreso y el propio presidente del Legislativo no han sido lo suficientemente claros a la hora de explicar el manejo económico concerniente a los sueldos congresales. Por ello pensamos que lo salomónico sería reconocer que cada despacho de congresista cuente con el personal necesario, calificado y además de su confianza, por lo que ese grupo de empleados asignado a aquel congresista debería encargarse, entre otras tareas, de las compras de combustible, de las reservas de traslado o de la compra de boletos aéreos que usará el padre de la patria. En ese sentido, no creemos idóneo cargarle más problemas a un Poder del Estado como el Legislativo (ni que éste se los cargue a sí mismo) que debe manejarse con suma transparencia. Entonces, que cada oficina congresal atienda las gestiones del legislador que la lidera, para que éste cumpla su función dentro del Hemiciclo o fuera de él –por ejemplo, cuando recorre sus bases partidarias o viaja al interior para escuchar a sus electores– sin complicarle más las cosas al colectivo parlamentario.
De lo contrario van a seguir las desinteligencias, y cada parlamentario continuará dando una explicación diferente al problema. Por ello, ni vuelta que darle: si el Congreso ya consiguió lo que buscaba, es decir que los “gastos operativos” de los legisladores formen en la práctica parte del sueldo, entonces que terminen los burocratismos contables y acaben los galimatías gasolineros ante la opinión pública. Tan desprestigiado está ese concepto “vale de combustible” que hace tiempo debió ser borrado de la terminología estatal en el Perú. Recuerde ese poder del Estado aquello de “La mujer del César...”. En consecuencia no solo está obligado a ser muy cuidadoso con el manejo del dinero fiscal, sino que es indispensable que el público perciba que, en efecto, así de escrupuloso resulta su Congreso.
EXPRESO
Sabemos que, secuencialmente, los llamados “padres de la patria” han ido reajustando sus sueldos, a veces sotto vocce; y también conocemos cómo los parlamentarios resultaron agregando a sus emolumentos los “gastos operativos”, por los cuales ayer no rindieron efectiva cuenta del uso total que hacían de los mismos.
Es duro aceptarlo, pero ciertos congresistas son ejemplos de esa mala costumbre nacional que suele complicar las cosas, y que busca hacer más complejos los trámites y las resoluciones. Lamentablemente a algunos les gusta complicarse la vida en medio de detalles burocráticos, de enredos de escritorio y además de salidas ambiguas que no abonan nada positivo a la necesaria claridad que debe rodear los actos públicos y principalmente de Estado. Si a través de una serie de gollerías actualmente los congresistas cuentan con un sueldo en su chequera y con un adicional presupuestal para sus viajes de representación, pues entonces a qué cuento vienen tantos vales, descuentos o convenios con empresas privadas, como las aerolíneas, generándose así dudas y murmullos sobre la debida transparencia del ingreso final que recibe cada parlamentario.
La Oficialía Mayor del Congreso y el propio presidente del Legislativo no han sido lo suficientemente claros a la hora de explicar el manejo económico concerniente a los sueldos congresales. Por ello pensamos que lo salomónico sería reconocer que cada despacho de congresista cuente con el personal necesario, calificado y además de su confianza, por lo que ese grupo de empleados asignado a aquel congresista debería encargarse, entre otras tareas, de las compras de combustible, de las reservas de traslado o de la compra de boletos aéreos que usará el padre de la patria. En ese sentido, no creemos idóneo cargarle más problemas a un Poder del Estado como el Legislativo (ni que éste se los cargue a sí mismo) que debe manejarse con suma transparencia. Entonces, que cada oficina congresal atienda las gestiones del legislador que la lidera, para que éste cumpla su función dentro del Hemiciclo o fuera de él –por ejemplo, cuando recorre sus bases partidarias o viaja al interior para escuchar a sus electores– sin complicarle más las cosas al colectivo parlamentario.
De lo contrario van a seguir las desinteligencias, y cada parlamentario continuará dando una explicación diferente al problema. Por ello, ni vuelta que darle: si el Congreso ya consiguió lo que buscaba, es decir que los “gastos operativos” de los legisladores formen en la práctica parte del sueldo, entonces que terminen los burocratismos contables y acaben los galimatías gasolineros ante la opinión pública. Tan desprestigiado está ese concepto “vale de combustible” que hace tiempo debió ser borrado de la terminología estatal en el Perú. Recuerde ese poder del Estado aquello de “La mujer del César...”. En consecuencia no solo está obligado a ser muy cuidadoso con el manejo del dinero fiscal, sino que es indispensable que el público perciba que, en efecto, así de escrupuloso resulta su Congreso.
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