30.8.09

Drogas y delito común

En Chiclayo, un hospital de EsSalud fue asaltado por delincuentes comunes; en Ica, ocho antisociales despojaron a medio centenar de alumnos de sus celulares, relojes, laptops y dinero; en el Callao, dos bandas juveniles de ladrones resolvieron sus diferencias en las calles, por supuesto a mano armada y a tiros, muriendo varios de ellos. Estos hechos acusan el grado de descomposición al que está llegando la sociedad y ponen de manifiesto que el delito está fuera de control. Pero en esta oportunidad queremos incidir –y llamar la atención– sobre una de las causas principales que motiva a la gente inescrupulosa a delinquir: el consumo de drogas. Está demostrado, a través de estudios y estadísticas elaboradas seriamente por instituciones peruanas y extranjeras, que la mayoría de robos, asaltos y crímenes es protagonizada por personas adictas a algún narcótico, quienes ante el vicio de consumir pasta básica, marihuana, clorhidrato de cocaína o sustancias sintéticas requieren cada vez más dinero para adquirirlas. Es más, inclusive cometen ilícitos estando bajo los efectos de esos estupefacientes. De manera que si no atacamos contundentemente este problema, muchos serán los agraviados y los medios de comunicación, por cierto, vamos a continuar dando cuenta de la interminable retahíla de hechos delictivos, por lo general sangrientos y letales, que suceden en nuestras ciudades.

En este punto saludamos la alerta dada por el Instituto de Estudios Internacionales (IDEI). En documento recientísimo –titulado “El mapa del narcotráfico en el Perú”– IDEI señala que un efecto directamente proporcional al aumento del tráfico ilícito de drogas es el incremento de los niveles de violencia, dentro de lo cual la “red delincuencial” tiene entre sus filas a adolescentes de trece, catorce o quince años de edad, quienes se inician en el consumo de drogas para luego participar en robos menores hasta integrar pandillas. Y después –con el paso de algún tiempo– acaban conformando bandas criminales que cometen golpes mayores como asalto a bancos, fábricas, casas de cambio, o incluso secuestros. No es pues coincidencia que, al momento de ser detenidos, muchos facinerosos adultos tienen alucinógenos con los que “se dan valor” para robar, violar o asesinar.

Lima y provincias viven en zozobra. La amenaza de las drogas se ha convertido en una terrible realidad. Al número exponencial de delitos, que aumenta día a día, se agrega ahora la ferocidad y salvajismo de los criminales-drogadictos, quienes no respetan un hospital, una universidad, una Iglesia. Ni la vida misma. Recordemos que muchos autores de esos delitos se iniciaron en el crimen consumiendo drogas, y que su violencia se incrementó por la apetencia compulsiva e irrefrenable –propia de adictos– a conseguir el dinero suficiente para agenciarse de más drogas. Un delincuente adicto es más agresivo que el antisocial que no lo es; y de las decenas de miles de adictos que hay en el país, se estima que muchos ellos están relacionados al ambiente del crimen (promiscuidad, desunión familiar, etc.), por lo que para esos sujetos robar, raptar, violar o matar es el signo diario de su existencia. De no adoptarse medidas ante el problema droga y delito, cualquiera de nosotros –mañana o más tarde– será una víctima más de sus tropelías.

expreso

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