27.8.09

Fusiles de la droga

Remanentes de Sendero que son hoy brazo armado del narcotráfico han vuelto a matar soldados. Dos son las nuevas víctimas de esas bandas que disparan en zonas de tránsito de la droga.

Los informes oficiales explican que los atacantes sufrieron, por su parte, cuatro bajas.

La tragedia es una repetición en menor escala de otras matanzas de soldados. La misma ausencia de trabajo de inteligencia, el uso de vehículos vulnerables o el empleo de helicópteros sin blindaje, que pueden ser perforados como “latas de leche Gloria”, según nos expresó un militar retirado que transmitía la queja de oficiales en actividad.

Varias reflexiones caben al pie de las tumbas recién abiertas. En primer lugar la inepcia, casi cómplice, de las autoridades. Esa responsabilidad tiene como núcleo el que, después de décadas de denuncias y de pruebas, los insumos para la elaboración de la droga sigan arribando ante las narices y los ojos de los custodios.

Otra preocupación es que los ataques de los narcos se hagan cada vez más frecuentes y crueles. Esa es la ruta que han seguido los carteles en México.

Hace más de un año escribí lo que me contó un joven escritor mexicano: en algunas regiones de México, los traficantes están ganando la guerra al Ejército, gracias a una caudalosa economía que les abre el mercado de armas modernas.

En algunos puentes, nos contó el visitante, cabezas de soldados decapitados cuelgan debajo de un letrero: “Soldaditos de plomo: váyanse de aquí. Esta tierra es nuestra”.

Ese es el tipo de amenaza que pende sobre el Perú.

No es más el Sendero cuyo jefe, Abimael Guzmán, proclamaba en 1991 que sus huestes habían alcanzado el equilibrio estratégico con la fuerza pública y estaban a punto de conquistar el poder. Bastó la captura del jefe para que el proyecto se desplomara.

La amenaza de hoy es más local, más focalizada, pero no menos sanguinaria. Desalojados de Vizcatán, los narcos armados se movilizan fuera de ese embudo geográfico. Se mueven al ritmo de la droga.

Otra consideración es que los senderistas reciclados estén sirviendo, a sabiendas o no, al propósito imperialista de instalarse en la Amazonía, con el pretexto, como en Colombia, de combatir al narcotráfico y el terrorismo.

La mesa está servida.

Hay que precisar la responsabilidad y la incompetencia del ministro de Defensa, Rafael Rey.

Rey demostró ayer que ni siquiera sabe en qué región se produjo el ataque. Pero, eso sí, aprovechó para lanzarse contra las ONG y los periodistas que denuncian violaciones de los derechos humanos.

Para un militante del Opus Dei, hablar de eso es anatema. Rey trata de igualar a los dignos soldados muertos con asesinos como los de Putis, Accomarca, La Cantuta y Barrios Altos.

Y ese sí que es un insulto inaceptable.


LA PRIMERA

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