26.8.09

La sobremesa perdida

Por: Abelardo Sánchez León

La institución que más ha cambiado es la familia. Para el francés Jacques Attali, incluso, ya no cumple el papel social que la legitimaba: transmitir una cultura y un nombre a los hijos. El adolescente pasa mucho más tiempo ante las pantallas que en la compañía de su padre o de su madre. Pero hay que hacer una precisión: la ausencia más notoria es el ritual de la sobremesa, aquel tiempo que nos regalábamos a nosotros mismos para alargar la conversación. La sobremesa francesa, por ejemplo, se inicia con la ensalada (que se sirve al final), los quesos, los pasteles y el café.

La sobremesa garantizaba la vigencia de nuestra historia más reciente; pocos son los muchachos que tienen noción de la existencia de Henry Kissinger, Pedro Beltrán, Luis Abanto Morales, Arafat o Golda Meier. Simplemente desconocen su existencia y lo que significaron en la historia. La sobremesa garantiza la interacción entre las generaciones, porque además de los padres y de los hijos, pueden estar los abuelos.

Nada de eso existe ahora. Cada miembro de la familia se alimenta por su cuenta y riesgo y lo hace al paso, caminando, utilizando el táper y casi nunca el cuchillo o el tenedor. Con la cuchara basta, como si fuera una metáfora de García Lorca. Lo más grave, sin embargo, es la falta de información que reciben los jóvenes fuera de los programas oficiales escolares. Yo puedo jactarme de haber tenido una sobremesa de lujo, pues estaban, por ejemplo, Héctor Velarde, quien me enseñó el humor amable de la ciudad, Sebastián Salazar Bondy y los actores Ricardo Blume o Alfredo Bouroncle. Era la única manera que tenía de ingresar a la escurridiza historia inmediata. La sobremesa que más me impactó fue la que tenía lugar en casa del doctor Manuel J. Bustamante de la Fuente, en la avenida Javier Prado, los días domingo. Una mesa numerosa, plena de risas y conversación.

En las épocas que corren, sin tiempo en general, yendo y viniendo, viviendo a la volada, resulta imposible despertar en los hijos la curiosidad por los acontecimientos de hace dos o cuatro décadas. Descubrir el interés que tiene Henry Mamani por los libros, un joven limpiador de la universidad, significa creer en el futuro: lejos de casa, habitante de una ciudad hostil, acompañado de su lonchera, gusta de la lectura. Es el alumno que los profesores desearían tener en el aula.

EL COMERCIO

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