30.8.09

Más allá de la diablada

UNA CULTURA QUE NO SABE DE FRONTERAS

Por: Fernando de Szyszlo Artista

Los pueblos no se ciñen necesariamente a las fronteras que personas y circunstancias les trazan muchas veces arbitrariamente. Las fronteras y los países que se crearon o fusionaron al final de la Primera Guerra Mundial todavía no han terminado de causar problemas. Quizás el ejemplo más doloroso y flagrante de los resultados que pueden acarrear decisiones circunstanciales ha sido el desmembramiento de Yugoslavia con su trágica secuela.

En el caso, más frívolo y menos grave, de las desmesuradas y lamentables protestas bolivianas por la paternidad de un baile folclórico llamado la diablada no ha llegado la sangre al río, ha quedado simplemente bordeando el ridículo al apelar a autoridades internacionales para deslindar un hecho que cualquier —no digo historiador— lector de historia da por entendido que es un hecho evidente que este baile pertenece a una región del Altiplano que abarca pueblos que hoy forman parte de tres países: el Perú, Bolivia y Chile.

Ya en 1775 el obispo de Trujillo Baltasar Martínez Compañón encarga una serie de dibujos sobre costumbres de su obispado, en ellos figura ya una “danza de los diablicos” en que participan como personajes San Miguel y siete diablos que representan los pecados capitales. Todo hace pensar que la diablada es una danza que funde raíces precolombinas con influencias cristianas. Hay bailes de diablos registrados en Cataluña desde el siglo XV hasta llegar a un auto sacramental de Calderón de la Barca del siglo XVII, todos sobre el tema de la lucha del bien contra las fuerzas del mal personificadas en los demonios.

Donde permanece con más fuerza esta tradición es en los pueblos de origen y lengua aimara que habitan mayormente alrededor del lago Titicaca a ambos lados de la frontera entre el Perú y Bolivia. Es lamentable, pues, que el señor Evo Morales reclame la propiedad de algo que no le pertenece a ninguno de los dos países, sino a los pueblos aimaras sin importar de qué lado de la frontera entre el Perú y Bolivia habitan.

De otra parte, últimamente hemos estado viendo, sobre todo en la televisión internacional, que se celebran los dos siglos de independencia en varios países de América del Sur. Hemos seguido las ceremonias en las que el presidente Evo Morales conmemora el bicentenario de la independencia de su país, rebautizado por él en el 2009 como Estado Plurinacional de Bolivia. Aquí surge una primera duda: cómo Bolivia puede festejar 200 años de independencia cuando hace 200 años no existía.

Su primer nombre, República Bolívar, fue cambiado, según cuenta la tradición, a propuesta de un diputado que habría dicho: “Si de Rómulo, Roma, de Bolívar, Bolivia”. Lo que el día de hoy es el Día Nacional de Bolivia, es el 6 de agosto, pues ese día en 1825, fue que la Asamblea General de diputados de las provincias del Alto Perú declaró la independencia y su nombre fue cambiado a República de Bolivia.

Tengamos presente que estamos hablando de 1825 o sea un año después de la Batalla de Ayacucho y cuatro años después de la proclamación de la independencia del Perú.

Chuquisaca, que desde 1776 no pertenecía al virreinato del Perú sino al del Río de la Plata, fue el sitio donde en 1809 se produce una sublevación contra la dominación española, fue uno de los hechos precursores de los movimientos independentistas en América del Sur, como lo fue la trascendente rebelión, un tanto anterior, de Túpac Amaru II en 1780 o los otros varios casos de manifestaciones independentistas en toda la América del Sur.

La ambición de ejercer el poder y perpetuarse en él se manifiesta en todos los niveles, puede darse en personas cultas y refinadas como en otras carentes de toda preparación. Esta circunstancia se agrava cuando el sujeto dispone de casi inagotables medios económicos que le permiten usar todos los caminos para lograr sus fines. En América Latina vivimos una época en que nos ha tocado ser testigos y víctimas de ese género de circunstancias.

Es penoso ver cómo ambiciones políticas y deseos por permanecer en el poder pueden socavar la profunda vinculación de los pueblos de estas regiones, lazos que sin duda son más reales y más importante que los gobernantes que inevitablemente son pasajeros.

Escudados con el pretexto de combatir la miseria, la desigualdad y la injusticia soliviantan a masas que han vivido oprimidas por esas mismas inaceptables condiciones y aprovechan su inocencia y su desinformación para apropiarse de las libertades y las instituciones para ponerlas al servicio de sus fines autocráticos. Lo que importa es mantener a la gente desinformada, para ello suprimen toda opinión que no sea que de ayuda a sus intenciones. Es preciso subrayar que nada de esto mejora la real situación de las gentes que siguen en la pobreza y en la ignorancia mientras que sus jefes se enriquecen y corrompen todo lo que hay a su alrededor.

Es necesario reconocer que son esas pequeñas ambiciones y esa falta de visión y de fidelidad al destino de estos pueblos lo que ha impedido su progreso. A pesar que desde México hasta el estrecho de Magallanes, han sido pueblos que crearon unas culturas riquísimas, civilizaciones autónomas que inventaron la agricultura y que más tarde, después de la conquista continuaron progresando con el aporte de lo que trajeron los conquistadores en materia de ciencia y desarrollo.

La Universidad de San Marcos en Lima, la Universidad de México y la de Santo Domingo son casi un siglo más antiguas que la Universidad de Harvard, la más antigua de Estados Unidos. Cuando los pueblos indígenas de Norteamérica eran cazadores y recolectores para su diario sustento, los astrónomos mayas conocían la periodicidad de los eclipses y tenían su propio calendario. La irrigación, el manejo del agua y la agricultura en andenes de los incas todavía deslumbran a los especialistas y en materia textil ninguna cultura ha superado a los antiguos peruanos.

Sin embargo han sido los caciques locales los que con su ceguera, su abrumadora falta de generosidad, su incapacidad de pensar a largo plazo los que nos han mantenido en pequeñas rencillas, frustrados, viendo a gentes de todas las regiones del mundo conseguir su desarrollo, suprimir la pobreza y dar los servicios fundamentales de salud y educación a sus habitantes.

Cuando, como hoy, en el Perú vemos una luz creciente al final del túnel surgen inevitablemente los interesados, dentro y fuera del país, en que las cosas no cambien.

EL COMERCIO

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