30.4.09

En tiempos del virus

Por: Ricardo Blume Actor

La primera noticia alarmante la dio el jueves 23 el secretario de salud al anunciar por televisión que se suspendían las clases al día siguiente por peligro de epidemia del virus de influenza porcina. Esto era a las 11 de la noche, imagínese usted. De inmediato llamé a mi hija, que no sabía nada y así le evité el madrugón para llevar a los chicos al colegio.

Los chicos, y grandes, que venían de unas largas vacaciones de Semana Santa, empalmaron con esta suspensión de clases que día a día se fue alargando y ahora corre, por lo menos hasta el 6 de mayo. No hay clases desde preescolar hasta universitaria. Nada. Tampoco funcionan las guarderías infantiles, con lo cual se le crea un problemón a las madres que trabajan, que o se quedan en su casa o se llevan al niño al trabajo.

Con el correr de los días y conforme nos han ido informando las autoridades, se han ido restringiendo más las actividades públicas porque la idea es, de momento, evitar que la epidemia se propague, adoptando medidas simples pero efectivas. Y la gente, hay que decirlo, ha respondido extraordinariamente.

Las primeras recomendaciones son no saludarse de mano ni de beso, usar tapabocas y mantenerse lejos de las aglomeraciones. De momento y hasta nuevo aviso no funcionan restaurantes, bares, discotecas, cabarets, centros nocturnos, billares, centros de convenciones, gimnasios y todo lugar donde se aglomere la gente.

Añádale usted los cines y —¡ay dolor!— los teatros. Ya ni ensayos tengo porque a mi director le dio influenza, que, gracias a Dios, se curó de inmediato. Porque si usted se va al hospital a los primeros síntomas (fiebre más alta de 38, tos, dolor de cabeza y de cuerpo) existen por lo menos dos antivirales que lo curan en un dos por tres. Y todos los hospitales del seguro lo atienden gratis sea usted o no “derechohabiente”. Ello explica la baja proporción de casos que lamentar.

Los partidos de fútbol se juegan a puerta cerrada, sin público. La sensación es horrorosa. Algo frío y mecánico, sin vida, en donde solo se oyen los gritos de la banca a los jugadores y de estos entre sí, que se gritan de todo.

Pero lo que más impresiona son las calles desiertas y la gente con tapabocas. Un ambiente como de “Ensayo sobre la ceguera”, de Saramago. Esta ciudad enorme, alucinante, con 20 millones de habitantes, tan llena de actividad, donde siempre “pasan cosas” se siente como reprimida, tensa, aislada. Cada perro pa” su casa.

Han sacado de la catedral al Cristo de la Salud, que no salía desde hace 300 años. Pero al margen de cualquier paranoia y de ese pánico que cunde naturalmente en los primeros momentos, la sociedad está bien informada y respondiendo estupendamente a los llamados de prevención.

La sociedad civil, que en los terremotos de 1985 rebasó al Gobierno en su parálisis y tomó las soluciones sobre sus hombros, parece revivir en la actitud ejemplar y conmovedora de los ciudadanos de la capital mexicana en estos momentos de alerta. Mi impresión es que el Gobierno lo está haciendo muy bien, con lo que tiene y lo que se sabe (este es un virus nuevo para el que no hay vacuna) y creo que en unos días pasará el pánico y las cosas volverán a sus niveles.

Este es un asunto serio, preocupante. Pero, para romper un poco la solemnidad, le cuento el caso de una estrella de telenovela que ha pedido que, por favor, en estos días no la bese el galán.

Cuba y Argentina han suspendido temporalmente sus vuelos, pero la OMS no ha decretado cuarentena ni cierre de fronteras para México y no hay restricciones para el turismo. Mi sugerencia es: sea precavido, pero venga cuando tenga que venir. No se preocupe. Aquí estaremos.

MÉXICO, 29 ABRIL 2009

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