30.4.09

Un ingeniero de cardenal

Por: Teodoro Harmsen Ingeniero civil

A través de algunas de las principales instituciones de la Iglesia y del Estado, el país ha honrado en días pasados al cardenal Juan Luis Cipriani Thorne por sus actividades de servicio en la ciudad de Lima, de la que es arzobispo desde hace una década. Para entender muchas de las actitudes valiosas del cardenal hay que tener en cuenta su formación académica. Yo veo su desempeño desde mi perspectiva de colega: Cipriani es ingeniero industrial, y yo, civil.

Cada carrera tiene sus valores y fortalezas; y la nuestra nos hace afrontar los problemas en busca de soluciones de manera “directa y severa”, para usar las palabras empleadas por el presidente Alan García en el acto de otorgamiento de la Orden El Sol del Perú en el grado de Gran Cruz. El ingeniero quiere proyectar y calcular, construir y levantar, hacer obra concreta al servicio de la sociedad. Pienso que eso es lo que ha hecho el cardenal en Lima.

Se unen en su persona el espíritu de superación del deportista y el afán innato de liderazgo de la persona que proviene de la clase dirigente de la sociedad. Quizás esas condiciones de valentía y audacia lo han llevado a rebelarse ante la mediocridad del ambiente político, las intrigas del ambiente académico, las pobres ambiciones de vanidad que pueda haber —como organización formada por hombres— también en el ambiente eclesiástico. Rebeldía incomprensible, si se la ve desde la perspectiva del hombre que quiere triunfar por triunfar, que no es el caso. Pero rebeldía justificada y transparente si se la analiza a la luz de la búsqueda de la libertad como medio para cumplir su deber; de la verdad como vía para el diálogo y el entendimiento, para alcanzar el progreso; y de la solidaridad, como expresión de la generosidad que todos queremos tener, más allá de intereses personales o de grupo.

Me une al cardenal de manera peculiar la vocación universitaria. Como arzobispo de Lima es gran canciller de la Universidad Católica, de la que yo soy profesor emérito después de 59 años de docencia. La vinculación con los estudiantes da una juventud permanente a todos lo que formamos parte del claustro universitario —ahora lo soy como director de una maestría—, y nos mantiene vigentes en las formas de rebeldía y de protesta ante las lacras y vergüenzas sociales.

A los que tenemos el don de la fe cristiana, eso no nos desalienta sino que nos anima a insistir en la tarea de formar mejor a las nuevas generaciones, herederas del legado que podamos haber construido. El Perú tiende a formar nubes con las que se busca oscurecer a los hombres que destacan en sus servicios, un mal que debemos detectar, reconocer y denunciar, para erradicarlo de nuestra sociedad. Los pueblos rinden homenaje a las personalidades que los enaltecen y, por eso, me alegro de que en el caso del cardenal Cipriani se haya dado este reconocimiento, al que me uno cordialmente.

EL COMERCIO

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