26.4.09

Ortografía: algo más que Coquito

Por Mirko Lauer

esde que en los años 60 el ministro de Educación Carlos Cueto Fernandini fue censurado por referirse a la semántica frente a los parlamentarios, un tema del lenguaje no había causado tanto revuelo político como ahora la ortografía. Aunque el tema en sí mismo ha sido la última de las preocupaciones de los polemistas.

¿Por qué se promueve y se valora el manejo exacto de las reglas ortográficas? Muchos motivos. Los que escriben sin faltas son un club de personas educadas más o menos de la misma manera y al mismo nivel. Aunque desde los años 70 el spell check de la computadora relativiza todo eso, y en consecuencia se le culpa de un supuesto deterioro de las artes ortográficas.

Otro motivo del prestigio es la función misma de las reglas ortográficas. Como dice la Academia de la Lengua Española, “la evolución de la ortografía académica ha estado regulada por la utilización combinada y jerarquizada de tres criterios universales: la pronunciación, la etimología y el uso, que, como decía Horacio, es en cuestiones de lenguaje el árbitro definitivo”.

Además hay una hipótesis pedagógica según la cual la ortografía transmite sobre todo el sentido. Debemos escribir como todos si queremos que todos entiendan nuestro texto, y por lo menos una parte de los errores ortográficos lanza los enunciados en dirección de lo incomprensible. Este último tipo de error suele ser el que más divierte o irrita.

Pero la ortografía no es solo un mundo de normas, sino también uno de variaciones y de excepciones. Las diferencias ortográficas entre palabras del inglés de los EEUU y del inglés británico son un perfecto y aceptado laberinto. Desde enero pasado el portugués ha modificado la ortografía de 1.6% de sus palabras de uso europeo/africano y 0.5% de las del uso brasileño, en pos de la estandarización.

Luego están los reformadores. Una corriente del inglés busca la simplificación (nite por night). La ortografía de Andrés Bello (zerdo, jénero, rei, qeso) llegó a ser adoptada oficialmente en media docena de países de la región a mediados del siglo XIX. Aquí la adoptó Manuel González Prada. En España Juan Ramón Jiménez usó una variante.

¿En qué momento, entonces, una mala ortografía es señal de una mala educación? Digamos que no siempre. Así sucedía con la mala caligrafía en otros tiempos, y hoy casi no se asocia una mala letra con una mala educación. Es probable que una parte de los errores ortográficos nos hable más de una persona descuidada o cibernetizada que de una persona inculta o inhábil.

Ojalá que la próxima etapa de la polémica no sea lanzar a la población a una pesca milagrosa de errores ortográficos en los medios escritos (parece que los hay), o al sometimiento de las figuras públicas al percentil ortográfico, como una suerte de prueba de ADN cultural. Pero no olvidemos que existen en el espacio público errores mucho más graves que los ortográficos.

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