25.4.09

Renovación de fe en el Perú

Por: Hugo Guerra

Amable lector, la experiencia de retornar periódicamente al interior del país es revitalizante, nos permite reconocer la enorme reserva natural, el tremendo potencial humano y la posibilidad de seguir construyendo un Estado que sea siempre unitario, justo socialmente y poderoso en el conjunto internacional.

Por ejemplo, he regresado a la serrana ciudad de Kashamarka (“lugar de espinas”, en quechua) o, desde 1802, San Antonio de Cajamarca, que es hoy el tercer centro poblacional del país. Para saciarse con la belleza del valle —verde intenso encofrado en un cielo azul añil— hay que verlo desde el apu protector, el Santa Apolonia, cuyas laderas están bordadas de fálicos eucaliptos y coquetas retamas vestidas de amarillo punzante.

Imagino desde este mirador cómo habrá sido la captura de Atahualpa. Sin duda hubo correr siniestro de sangre nativa; pero ese hito, que apenas ha dejado el cuarto del rescate como vestigio, fue el cimiento de nuestra identidad esencial que puede rastrearse en la reiterada yuxtaposición de las culturas aborígenes (como la legendaria Caxamarca), con el prolífico paso incaico y la indeleble simiente hispana.

Somos, para bien y para mal, una sociedad signada por el encuentro violento aunque excitante de etnias ajenas. Somos también un pueblo cuyas bellas mujeres y hombres tesoneros se mueven por una voluntad indescriptible de hacer que esta tierra se convierta en sinónimo de prosperidad.

El reto, sin embargo, no es fácil. En Cajamarca, por lo pronto, la agroindustria y la ganadería que florecieron desde la década de 1940 siguen profundamente heridas por la malsana experiencia de la socializante reforma agraria del velascato.

La minería, encabezada por la empresa Yanacocha, es símbolo de las inescrutadas reservas de oro, plata, cobre y zinc. Pero, es también el gran riesgo del daño ecológico potencial. Aquí, en medio de recurrentes tensiones políticas y prácticas entre empresarios, ecologistas, agricultores, ONG y ciudadanos de a pie se debate la gran cuestión de la posmodernidad: cómo desarrollar el país sin afectar el medio ambiente. Y, claro, cómo hacer negocio con responsabilidad social.

La cajamarquina es una sociedad especialmente culta, poco conocida en Lima. Antes las iglesias barrocas resumían un estilo de sugerente hispanismo. Hoy los jóvenes abarrotan las aulas universitarias. Los cafés resuman la polémica sobre el futuro nacional, y la efervescencia política está a la vuelta de cada esquina. Sin embargo, todo ese empuje históricamente no ha bastado para vencer a la pobreza (80% de la población, según el INEI). Así, la disparidad es todavía alarmante; tanto como los mendigos que merodean en la Plaza de Armas y, especialmente, en la puerta del añejo restaurante Salas, orgulloso templo de una notable gastronomía local.

Pese a todo, la fe en el mañana se mantiene y fortalece. Igual que nuestro sentimiento de patriotismo y de compromiso para que el Perú algún día cercano tenga la grandeza material y espiritual que se merece.

CAJAMARCA, ABRIL DEL 2009

EL COMERCIO

No hay comentarios: