29.4.09

Tras la bulla

Apesar de que intuimos que la mayor parte de la ciudadanía apoya nuestra visión sobre el caso Supa, hay que reconocer el coraje de las pocas figuras públicas que no han temido ir contra el griterío infantil de los "políticamente correctos", que no toleran discrepancias. Algunas de estas figuras han sido muy críticas con nosotros, pero también han presentado sus reparos a la chilla. Me refiero a Lourdes Flores, Mauricio Mulder, Rafael Rey, Aurelio Pastor, Martha Hildebrandt y también varios colegas. Si algo me enseñaron fue a ser agradecido, más aún cuando los otros arriesgan mucho en lugar de sumarse al tropel o quedarse callados, así que mi reconocimiento.

Es que allí lo más sencillo era obrar con oportunismo -tipo muchos congresistas o Beatriz Merino- para buscar los aplausos fáciles. O como una capaz colega televisiva, que cree que algunos sectores le "perdonarán" que fue una entusiasta fujimorista mientras más caviarona se ponga. O de otro más veterano, matutino, sibarita y ronco, que tuvo el cuajo de llamarme fascista cuando él sirvió indignamente a la dictadura militar de Velasco desde el cargo de subdirector del diario La Prensa en 1974. O los geniales caricaturistas Heduardo y Álvaro (he puesto una suya muy buena sobre mí como protector de pantalla), a quienes les preguntaría si no es racista pintar a Luciana León como bruta y frívola en las caricaturas del Otorongo, donde chambean -o chambeaban-, sólo por ser rubia. En fin, cedo mi espacio a Juan Carlos Valdivia para colocar aquí una estupenda columna suya ("Una representación eficiente") sobre el tema. "La congresista Hilaria Supa es quechuahablante, y como lo han sostenido todos los lingüistas que han debatido en estos días, el quechua es una lengua oral. Sin embargo, la congresista afirma haber escrito un libro en quechua, y que el mismo ha sido traducido al idioma inglés. Si pudo escribir un libro en quechua, entonces ¿por qué no tomaba sus apuntes en ese idioma? La respuesta parece obvia: porque no es una radical defensora de su derecho como minoría o quizás porque ella no escribió el libro.

Nadie niega que la señora Supa cumple con los requisitos constitucionales para ser congresista; sin embargo, resulta incomprensible la actitud paternalista de algunos sectores de pretender defender su derecho a mantenerse en la ignorancia, como si ella fuera una pieza de museo, una no contactada a la que debes proteger para que no se contamine. Según la organización Action Aid, un programa de alfabetización de adultos puede costar entre 50 y 100 dólares al año por estudiante por un periodo de tres años. ¿La señora Supa no pudo estudiar en el tiempo que tiene en el Congreso? ¿Javier Velásquez no le pudo pagar el costo de sus estudios en lugar de comprarse una Vaio pocket? Otro elemento que ha surgido en estos días -y quizás sea el fundamental- es el de la representación. La señora Supa es una líder de su región, y en ese sentido ha desarrollado una intensa actividad en el pasado, lo que le ha valido ser elegida con más de diez mil votos preferenciales. Para representar a sus votantes, sin perder sus valores culturales, era necesario que la señora se prepare, como por ejemplo lo hace cualquier funcionario, privado o público, cuando tiene que ir a trabajar a otra región en donde se habla un idioma que no domina. No necesitamos una democracia de laboratorio, donde sólo se cumplan todos los formalismos de la ley, sino una que produzca a favor de la población. Ese será un verdadero cambio".


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